Estados Unidos, Francia y Reino Unido lanzaron este viernes un ataque "de precisión" contra Siria.
Un ataque de una noche en respuesta al supuesto uso de armas químicas por parte de Bashar al Asad en la localidad de Douma, en Siria.
Pero ¿qué pueden conseguir con una intervención militar?
La posibilidad de actuar por sorpresa, una virtud fundamental en las acciones militares, había desaparecido desde hace tiempo de los planes de ataque que Washington y sus aliados realizan contra las instalaciones sirias.
De hecho, las fuerzas sirias han tenido más varios días para trasladar sus aviones y otros equipos militares a las bases rusas en Latakia, Tartus y Hmeymim, donde estarán bajo la burbuja protectora de los altamente eficaces misiles tierra-aire rusos S-400.
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El gobierno de Bashar al Asad ha vaciado sus bases de infantería y ha dispersado a sus fuerzas armadas tanto como ha podido, anticipándose a la llegada de los misiles occidentales.
No hay duda de que los rusos intentarán proteger sus bases, si son atacadas, por lo que la situación está marcada por el arriesgado juego de las superpotencias y el peligro de un conflicto accidental.
Para los responsables de planificar las acciones militares de Occidente las dos preguntas principales son: ¿qué pueden lograr con una acción armada en este contexto? y ¿qué beneficios puede generar esta desde un punto de vista estratégico?
Dado que las fuerzas sirias ya estaban sobre aviso, dispersadas y bajo protección rusa, los ataques occidentales tendrán que concentrarse en las instalaciones militares sirias que son inamovibles: pistas de aterrizaje, edificios y el equipamiento importante que no haya sido trasladado.
Los ataques de Occidente probablemente buscarán destruir el sistema de mando y control de las fuerzas militares sirias, con el uso de bombas antibunker y misiles de penetración profunda. Es posible que intenten desmantelar la infraestructura militar que Siria ha logrado reconstruir desde 2015.
De forma más ambiciosa, pero también más arriesgada, Estados Unidos podría declarar una política de largo plazo de volver a atacar estos objetivos para mantenerlos fuera de operación y así mantener los aviones de guerra sirios encerrados dentro de las bases rusas, intentando así implantar algo parecido a una zona de exclusión aérea, al menos durante un tiempo.
El año pasado, cuando Estados Unidos bombardeó la base aérea de Al Shayrat, en retaliación por el uso de armas químicas en Khan Sheikhoun, en la provincia de Idlib, la Fuerza Aérea Siria se aseguró de ser vista operando nuevamente apenas un día después.
Esta vez, Washington estará decidido a que esto no vuelva a ocurrir, razón por la cual podemos esperar que haya una campaña aérea más duradera con repetidos ataques sobre lugares clave.
Estrategia política
Pero ¿qué objetivo estratégico puede lograrse con esto?
Ciertamente, esto no significará ninguna diferencia inmediata para la población civil de Siria, que tanto ha sufrido a manos de su propio gobierno y de los numerosos grupos rebeldes, guerrilleros y terroristas, algunos de los cuales los han intimidado tanto como los han representado.
Por otra parte, es improbable que el presidente Al Asad vaya a ceder en su decisión de consolidar su poder sobre el país.
Entonces, ¿para qué correr todos los riesgos de una escalada con Rusia así como de las posibles consecuencias imprevistas que normalmente se derivan de estas acciones?
Por sí solo, el uso de la fuerza militar no tiene sentido. Tiene que ser parte de una estrategia política y, en este caso, la estrategia versa sobre asuntos más grandes que la propia Siria y solo ofrece un atisbo de esperanza para la población de ese país en el largo plazo.
El primer objetivo es hacer retroceder la creciente "normalización" del uso de armas químicas en guerras de cualquier tipo.
El tabú en contra de estas ha sido sorprendentemente fuerte desde finales de la I Guerra Mundial y la Convención contra las Armas Químicas de 1993, de la cual Siria es signataria.
En 2013, el entonces presidente de Estados Unidos, Barack Obama, dijo que él mantendría ese tabú como una "línea roja" pero, luego, no lo hizo. Y, pese a las firmes negativas del gobierno de Al Asad, hay evidencias abundantes de que las fuerzas sirias -con la connivencia de Rusia- han estado usando armas químicas en contra de sus propios ciudadanos de forma regular desde entonces.
Muchos políticos occidentales sienten que -con todas las áreas grises que hay en esta situación desde el punto de vista moral- ellos no pueden obviar este asunto nuevamente. Se ha convertido en un caso que pone a prueba en la escena internacional el estado de derecho, el cual se encuentra bajo fuertes presiones en muchos frentes.
Más allá, algunos señalan que una acción militar efectiva representaría que las potencias occidentales han logrado volver a entrar en el juego político en Medio Oriente en un momento en el que la región está colapsando.
La campaña contra el autodenominado Estado Islámico (EI) siempre fue un asunto secundario desde el punto de vista geopolítico y la influencia occidental sobre lo que ocurre en la región, desde Líbano hasta Yemen, ha venido en franco declive.
Evidentemente para los líderes occidentales, resulta tentador y comprensible, querer dejar las cosas como están. Pero mientras ellos se concentraban en combatir a EI, el futuro de la región estaba siendo decidido por Irán, Rusia y en parte también por Turquía.
Lo que deben estimar es si los intereses de largo plazo de Occidente estarán mejor protegidos por su implicación más que por la indiferencia ante una constelación de potencias que se está saliendo de control.
Para la población siria la esperanza reside en la posibilidad de que una campaña militar efectiva logre empujar al presidente Asad de vuelta a la mesa de negociaciones para que la guerra pueda terminar con un resultado más humano que una victoria despiadada.
Usar la fuerza militar nunca es fácil pero puede solo puede ser eficaz si forma parte de una estrategia política coherente y realista.
*Michael Clarke es investigador principal en el Instituto de Servicios Unido Reales de Estudios de Defensa y Seguridad (RUSI, por sus siglas en inglés) y director asociado del Instituto de Estudios Estratégicos.
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