Con sus ríos rojos y calientes de lava y sus nubes de cenizas el volcán Kilauea, en Hawái, ha atraído la atención del mundo. Pero ¿cuán peligrosas son esas erupciones?
Cada año unos 60 volcanes alrededor del planeta registran erupciones. Algunos de ellos lo hacen de forma inesperada mientras otros reinciden con cierta regularidad.
El Kilauea es uno de los más activos. Sus erupciones actuales empezaron hace 35 años pero en las últimas semanas se ha registrado un incremento en sus actividades.
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Su emisión de lava ha estado ocurriendo literalmente en los patios traseros de las casas de los residentes locales aunque, por suerte, hasta ahora solo se ha informado de un herido grave (un hombre que fue golpeado por una piedra de lava fundida mientras estaba sentado en su balcón.
Esto podría sugerir que los volcanes no son tan peligrosos, especialmente dado que una gran cantidad de personas alrededor del mundo viven cerca de un volcán activo, muchos de los cuales son más mortíferos que el Kilauea.
Desde el año 1500, unas 280.000 personas han muerto por la actividad de los volcanes. 170.000 de esas víctimas perdieron la vida solamente durante seis erupciones.
Estas cifras las hemos recopilado utilizando reportes informativos, archivos oficiales y documentos históricos.
Desde el año 2000, unas 2.000 personas han muerto por esta causa.
La mayor parte de los fallecimientos se produjeron por el flujo de lodo volcánico en Filipinas, corrientes piroclásticas (una mezcla de gases volcánicos calientes con materiales sólidos y aire) en Indonesia, flujos de lava en la República Democrática del Congo y proyectiles volcánicos en Japón.
En 2017, tres turistas murieron en Italia al caer en un agujero dentro de un cráter volcánico.
En la actualidad, unos 800 millones de personas viven en un perímetro de 100 kilómetros alrededor de un volcán activo, una distancia que les coloca al alcance del impacto potencialmente mortal del volcán. Solamente en Indonesia hay 200 millones de ciudadanos que se encuentran en esa situación.
En la medida en la que sigue creciendo la población es probable que incluso más gente fije su residencia cerca de alguno de los 1.500 volcanes activos en el planeta, los cuales se encuentran repartidos en unos 81 países.
Que estén "activos" no significa que todos esos volcanes estén teniendo erupciones sino que se cree que han estado activos recientemente y que son capaces de tener nuevas erupciones.
Riesgos
Los volcanes representan distintos tipos de peligros para las personas que viven cerca de ellos.
En el caso del Kilauea, el Servicio Geológico de Estados Unidos halló un incremento destacado de la actividad sísmica a finales de abril y sus primeras fisuras comenzaron a aparecer a inicios de mayo.
Desde entonces, las corrientes de lava han recorrido unos cinco kilómetros hasta llegar al océano, destruyendo viviendas y obligando a la evacuación de miles de personas.
Esos flujos de lava no matan a muchas personas.
Mientras quema y entierra todo lo que encuentra a su paso, la lava -las piedras fundidas de un color rojo brillante- con temperaturas de unos 1.200 grados Celsius- se mueve tan lentamente que la gente usualmente tiene oportunidad de alejarse del peligro a tiempo.
El peligro surge cuando las personas no evacúan rápidamente. En Hawái, muchas personas tuvieron que ser sacadas del lugar por vía aérea luego de que sus vías de escape fueron cortadas.
La lava puede causar explosiones, incluyendo la detonación de bolsas de gas metano producidas mientras quema la vegetación.
Y cuando llega al océano forma un nuevo e inestable terreno así como columnas de vapor, ácido clorhídrico y fragmentos de vidrio.
Otro riesgo en Hawái es el dióxido de azufre, uno de varios gases que pueden ser liberados por los volcanes incluso cuando no tienen erupciones.
Curiosamente, la lava y los gases apenas son responsables de menos de 2% de las muertes causadas por los volcanes.
La mayor cantidad de muertes ocasionadas por gases volcánicos ocurrió en 1986 en Camerún, cuando 1.500 personas fallecieron por el dióxido de carbono emitido desde el lago Nyos hacia los poblados circundantes.
Las principales causas de mortalidad de origen volcánico son las corrientes piroclásticas y el lahar -los flujos de lodo volcánico mezclados con detritos-, que son responsables de unas 120.000 muertes durante los últimos 500 años.
Las corrientes piroclásticas son avalanchas muy rápidas de rocas, cenizas y gas, que pueden alcanzar temperaturas de hasta 700 grados Celsius.
Destruyen todo lo que encuentran en su camino y cualquier que se halle en esa ruta tiene una muerte casi segura.
Fueron los flujos piroclásticos lo que destruyeron la ciudad romana de Pompeya en el año 79 D.C. También fueron los causantes de unas 30.000 muertes en la isla caribeña de Martinica en el año 1902.
El lahar puede contener piedras, árboles e incluso casas.
En 1985, unas 25.000 personas murieron por su causa durante la erupción del Nevado del Ruiz en Colombia.
En las grandes erupciones, las cenizas volcánicas pueden viajar centenares e incluso miles de kilómetros. Pueden enterrar grandes áreas y perturbar servicios críticos como el transporte.
Históricamente, tras este tipo de eventos viene el hambre y la enfermedad, por cosechas que se pierden, o las cenizas y el gas llevan a cambios temporales en el clima.
Pero, aunque imparables, las erupciones volcánicas no tienen que conducir a la muerte y al desastre.
Que solo se haya producido una persona gravemente herida hasta ahora en Hawái da testimonio del trabajo de los científicos que estudian estos fenómenos, de las agencias de gestión de desastres, así como de los excelentes sistemas de seguimiento.
Lamentablemente, la insuficiencia de recursos significa que pocos volcanes alrededor del mundo son sometidos a una supervisión tan buena como el Kilauea.
El uso de satélites permite someter a algún tipo de vigilancia incluso a los volcanes más remotos pero solamente un 20% de todos los volcanes son seguidos por algún sistema de monitoreo terrestre.
Y aproximadamente cada dos años se produce la erupción de un volcán sobre el cual no se tienen registros históricos.
Estos pueden ser los más peligrosos, dado que los largos periodos de letargo pueden terminar en erupciones más explosivas y porque la gente que vive en su entorno puede ser la menos preparada.
En cualquier caso, los observatorios de volcanes, los investigadores y las organizaciones internacionales trabajan de forma incansable para responder a las emergencias y anticiparse a las erupciones, lo que ha resultado en decenas de miles de vidas salvadas.
Evidentemente, un volcán no tiene que matar gente para tener un impacto significativo.
Las evacuaciones obligan a la gente a abandonar sus hogares, se pierden formas de sustento, las áreas agrícolas quedan devastadas y las pérdidas económicas pueden sumar miles de millones de dólares.
Por eso, incluso cuando están dormidos, es una decisión sabia seguir vigilando a los volcanes.
*Sarah Brown es investigadora principal asociada de Vulcanología en la Universidad de Bristol. Se especializa en el registro histórico de la actividad de los volcanes, su impacto sobre la gente y la comunicación de riesgos.
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