No soy supersticiosa ni religiosa, pero cuando tuve aquel incidente con mis ekekos, hace casi un año, pensé "esto es mal augurio", casi como acto reflejo.
Yo había comprado estos hombrecitos sonrientes de arcilla, de unos cinco centímetros de altura, para poner en mi habitación algo que me recordara a mi país, Perú.
Muchas familias peruanas tienen un ekeko en casa y su imagen suele aparecer en boletos de lotería.
Las figuritas que adquirí venían, como todos los ekekos, con los brazos abiertos y cargados de réplicas de billetes y alimentos en miniatura que les tapaban casi todo el cuerpo.
El peso de los productos los jalaba hacia adelante, pero se suponía que esa carga no debía ser un problema.
Al contrario. Los ekekos son amuletos para atraer prosperidad y abundancia, según una creencia del Altiplano (meseta alrededor del lago Titicaca que comparten Perú y Bolivia).
Así que cuanto más cargado el Ekeko, mayor es la promesa de riqueza para su dueño.
Pero según la costumbre, el propietario tiene que "engreír" al muñeco, con una serie de rituales.
De lo contrario, la tradición advierte que el Ekeko podría vengarse por descuidarlo o por hacer lo que hice yo con los míos.
Dios del agua y la lluvia
La razón del resentimiento que se le atribuye puede ser que el origen del culto al Ekeko se remonta a una época en la que los humanos debían ofrecer sacrificios a los dioses para mantenerlos contentos.
Los antiguos aimaras, asociados con Tiahuanaco (civilización altiplánica que vivió su apogeo entre los 500 y 900 d.C.), adoraban a Tunupa, dios del agua del fuego, y organizador del mundo, cuenta Milton Eyzaguirre, jefe de Extensión del Museo Nacional de Etnografía y Folklore (Musef) de Bolivia, a BBC Mundo.
Esta deidad era la encargada de que lloviera en el periodo de siembra, para asegurar una buena cosecha.
En 1612, el sacerdote jesuita Ludovico Bertonio escribió el primer diccionario de aimara y una de las entradas se refería a este dios.
El texto es una de las pistas principales del origen del Ekeko.
La descripción del jesuita empieza con las palabras "Tunupa, también conocido como Ekeko", detalla Fernando Cajías, historiador y profesor de la Universidad Mayor de San Andrés, de Bolivia, y de la Universidad Católica Boliviana, a BBC Mundo.
Entonces, el Ekeko nació como un dios del agua y la lluvia, opina Eyzaguirre, y luego mudó a una deidad de la abundancia.
El experto ve "una relación casi directa entre el dios del agua y el de la abundancia, porque el agua es fundamental para la producción agrícola", que era una de las actividades principales de las culturas andinas.
Pero hoy el Ekeko no luce como ninguna divinidad de los Andes, sino como cualquier poblador de esta región sudamericana.
Cercos
En 1781, la ciudad de La Paz, en la actual Bolivia, sufrió dos cercos, a manos de combatientes aimaras que querían independizarse del dominio español.
"Hubo una hambruna terrible", cuenta Eyzaguirre, pues no llegaban alimentos a causa de los asedios.
Sin embargo, Sebastián Segurola, intendente de La Paz en aquella época, se salvó de aquella escasez.
Una de sus sirvientas, Paulita Tintaya, lo proveyó de comida a él y a su familia mientras La Paz estuvo sitiada —relata Eyzaguirre—, y explicaba que el verdadero benefactor era el Ekeko.
En agradecimiento, cuando acabó el cerco, Segurola "permitió" el culto al Ekeko, que hasta entonces había sido una costumbre indígena profana.
Además, autorizó que cada 24 de enero (el mismo día de la Virgen de la Paz, según los católicos) los paceños celebraran la Feria de las Alasitas, en la que hasta hoy la gente compra en miniatura las cosas que quieren conseguir en el año (alimentos, casa, estudios, y más recientemente, vehículos y aparatos electrónicos) y se las cuelgan al Ekeko.
Entonces, fue hacia el final del Virreinato y en un entorno cada vez más urbano, que apareció la imagen del Ekeko que conocemos hoy, explica Carina Circosta, doctoranda en Artes en la Universidad de Buenos Aires, a BBC Mundo.
Vengativo
En Buenos Aires se celebran las Alasitas desde hace unos 13 años, dice Circosta, que investiga esta festividad.
Además de Perú y Bolivia, muchas familias de Colombia han comprado un ekeko para su casa.
Aunque tal vez no debieron hacerlo.
La creencia indica, según Circosta, que es mejor recibirlo como un regarlo, en vez de pagar por uno.
Pero si ya lo adquiriste, tal vez te convenga cumplir con los rituales que exige su culto.
"Hay que hacerlo fumar (ponerle un cigarro encendido en la boca) cada viernes", señala Cajías, y además renovarle los bienes con frecuencia.
En Bolivia, hay gente que prefiere evitar las molestias y honrar al Ekeko solo en las Alasitas, en vez de llevarlo a casa.
"Es una obligación permanente", dice Cajías. "Puede quitar todo lo que da. Así que hay que mimarlo para que no se ponga celoso y mantenga la abundancia".
Yo hice todo lo contrario.
A los pocos días de llegados a mi casa, en un descuido, los dos ekekos se me cayeron al suelo y los zapatos negros de ambos estallaron en decenas de pedacitos.
Traté de rescatar todos los restos posibles de su calzado y los guardé en una bolsita en un cajón, con la intención de pegarlos o moldearlos otra vez con arcilla.
Pero casi un año después, todavía no lo hago. Tengo abandonados a dos ekekos. De acuerdo a la tradición, me espera una venganza doble.
Este artículo es parte de la versión digital del Hay Festival Arequipa, un encuentro de escritores y pensadores que se realiza en esa ciudad peruana entre el 8 y 11 de noviembre de 2018.