Le tomó diez años, pero el buzo profesional Grahame Knott encontró por fin una avión de la Fuerza Aérea de Estados Unidos que se había perdido en el Canal de la Mancha en 1969.
Este hallazgo permitirá resolver el misterio sobre qué le pasó a un mecánico que extrañaba tanto su hogar que robó aquella nave y despegó de su base en Suffolk, al oeste de Inglaterra: ¿perdió el control de la aeronave o fue abatido?
"Me costó una fortuna en cervezas y tuve que filtrar muchos rumores", dice Knott.
Gran parte del trabajo realizado durante esta década consistió en recorrer los bares de la costa sur inglesa en busca de operadores de barcos de arrastre y de dragas de vieira.
Estas embarcaciones despliegan redes en el lecho marino y, de vez en cuando, encuentran piezas de metal curiosas. Knott les invitaba a beber a cambio de que le hablaran sobre ellas.
Si los escuchaba con cuidado podía adivinar si esos objetos provenían de una aeronave y, en ese caso, saber qué tan antiguos eran. Aunque no siempre resultaba fácil detectar con exactitud la zona en la que habían quedado atrapados en la red.
El Canal de la Mancha está contaminado con restos de dos guerras mundiales y, a menudo, los pescadores daban por hecho que eso era lo que Knott buscaba.
Pero con el tiempo, el buzo tuvo suficiente información para reducir su área de búsqueda de los 160 kilómetros cuadrados iniciales a un tramo de 48.
El pasado mes de marzo, Knott se embarcó en busca del avión Hércules de cuatro motores y 37 toneladas con el que el mecánico estadounidense Paul Meyer despegó solo y sin permiso en 1969.
Junto a compañeros de su equipo de buceo Deeper Dorset, el buzo salía del puerto de Weymouth a las cuatro de la mañana y regresaba a casa 16 horas después tras pasar un peligroso día atravesando vías marítimas muy transitadas en un bote de 13 metros de largo.
Con frecuencia, debía esquivar cargueros enormes que zigzagueaban de un lado a otro en su área de búsqueda.
"Estábamos buscando en unos 200 metros a cada lado arrastrando nuestro sonar con un cable de 250 metros, así que recortamos una franja de 400 metros", dice Knott.
"Pero nuestro mayor miedo era perdernos alguna pista de los restos".
US$38.000 al día
Un bote equipado para recuperar restos les habría ahorrado trabajo, admite el buzo. Una nave así cuenta con dispositivos que le ayudan a mantener su posición aunque el mar esté revuelto, pero cuesta millones comprarlo y operarlo requeriría unos US$38.000 al día.
Así que Knott se tuvo que conformar con una "nave de un día" que no está diseñada para viajes largos, y un equipo cuyo valor sumaba US$76.000. Recaudaron aportaciones para poder pagar los US$250 diarios que gastaban en combustible.
El clima y las mareas no ayudaban: en nueve meses, solo pudieron salir a altamar 21 veces. Fue en la última de las excursiones que tenían planeadas para el año, a mediados de noviembre, que hallaron por fin algo prometedor.
Primero, las lecturas del sonar arrojaban que había un objeto interesante, por lo que bajaron una cámara de video hasta unos dos metros de este. Las imágenes confirmaron que era de aluminio, un metal que se corroe de una manera distintiva.
"Luego vimos una rueda que salía de la arena y después un fragmento de ala con remaches", cuenta Knott.
Habían hallado por fin el Hércules desaparecido el 23 de mayo de 1969.
Knott se puso a pensar en el piloto, solo en la cabina tantos años. "El lecho marino es un lugar muy solitario", dice.
El último día de Meyer
El sargento Paul Meyer era un mecánico de la Fuerza Aérea de Estados Unidos destinado en la base de la Real Fuerza Británica en Mildenhall, en el condado de Suffolk.
Con solo 23 años, ya era un veterano de Vietnam y profundamente infeliz. Extrañaba a su esposa e hijastros y tenía problemas con el alcohol. Pidió regresar a la base estadounidense de Langley, en el estado de Virginia, pero su solicitud fue rechazada.
La fatal noche del 22 de mayo de 1969, algo sucedió. Bebió mucho en una fiesta y acabó arrestado por estar borracho y causar desorden. Fue escoltado de vuelta a su cuartel y recibió la orden de irse a dormir.
Pero, en vez de eso, usó el pseudónimo de "Capitán Epstein" para hacerse con la aeronave 37789, un Hércules transportador C-130.
Habiendo trabajado como mecánico a bordo, conocía los protocolos para acceder a estos aviones y nociones básicas de cómo pilotarlos.
Sin ninguna compañía y todavía bajo la influencia del alcohol, se embarcó en una misión para ver a su esposa. Mientras volaba hacia el oeste, pudo hablar con ella por teléfono y la llamada quedó parcialmente grabada.
Mientras tanto, jets militares salían en su busca.
Una hora y media después de despegar, se perdió el contacto con el avión a través del radar. Pocos días después, su bote salvavidas apareció en Alderney, una isla del canal.
Casi 50 años después, todavía no se sabe si perdió el control del avión debido al mal tiempo y su falta de experiencia pilotando o si la aeronave fue derribada para evitar el riesgo de que cayera en una zona poblada.
Knott, que admite estar obsesionado con esta historia, espera que los restos puedan resolver esta incógnita.
Esta no es la primera vez que el equipo de buceo Deeper Dorset encuentra vestigios de este tipo en el canal, pero Knott asegura que no son cazatesoros sino "cazadores de historias" que buscan "satisfacer su curiosidad".
Knott tiene un negocio de excursiones para ver restos bajo el mar, pero dice que no incluirá el Hércules en su itinerario.
"No son los típicos restos de un bote, es más un sitio sagrado, especialmente porque la familia de Meyer todavía está viva", afirma.
Su plan es que Deeper Dorset descienda durante el segundo trimestre del año, cuando sea primavera en Reino Unido y la visibilidad del agua haya mejorado. Grabará los restos desde todos los ángulos para poder crear una imagen en 3D que los investigadores de accidentes aéreos puedan estudiar.
Hasta el momento, lo que Knott ha visto ya le ha desconcertado.
¿Fue derribado?
"Hay una gran parte de la aeronave que me cuesta creer que esté intacta como está si el avión hubiera impactado contra el agua a 250 nudos, su velocidad normal. Pero no quiero crear más rumores o especulaciones", dice el buzo.
Los Hércules pueden aterrizar de emergencia sobre el agua de modo que queden flotando, afirma David Gleave, un investigador de seguridad aérea independiente que ha seguido de cerca los progresos de Knott.
Luego se hundiría, pero mantendría su forma.
A Gleave lo dejó perplejo en particular un dato del informe oficial del accidente de la Fuerza Aérea estadounidense de 1969 que dice: "La opinión del oficial investigador es que la aeronave impactó contra el agua con tal fuerza, seguida de inmediato por una explosión e incendio repentino, que la supervivencia de su ocupante es casi improbable".
Las explosiones e incendios repentinosson inconsistentes cuando se habla de un avión que ha caído en el agua, sin importar que el piloto haya aterrizado de manera deliberada o no, asegura Gleave.
Pero sí tienen cabida cuando una aeronave ha sido atacada con un misil y este ha golpeado el motor.
El informe oficial afirma que un avión de combate estadounidense partió de Mildenhall para alcanzar el Hércules pero que no logró localizarlo, así que regresó a la base.
Sin embargo, hay evidencias de que naves británicas y francesas también intentaron interceptar a Meyer, pese a que el informe no las menciona.
"Hay muchas piezas del rompecabezas que aún faltan", dice Gleave.
Knott confiesa que su perseverancia estos diez años se debe a que siente una afinidad con Meyer: "Siento que su historia no ha sido contada".
"No creo que fuera un borracho que no sabía volar. De hecho, no creo que pudiese haber estado tan borracho si consiguió volar durante tanto rato".
En su opinión, Meyer tenía problemas familiares y mucha presión en el trabajo, sufriendo lo que hoy se definiría como trastorno de estrés postraumático.
También era alguien a quien le gustaba hacer las cosas a su manera, como dijo un tutor suyo de la fuerza aérea.
Su cuerpo nunca fue encontrado, aunque en julio de 1969 se divisó un cadáver flotando sobre algo que podría haber sido un engranaje cerca de la isla de Jersey.
No fue llevado a tierra firme sino que se permitió que se lo llevara la corriente.
De haberse quedado dentro del avión, Knott cree que hoy en día no quedarían rastros de él tampoco.
La esposa de Meyer, Jane, de más de 80 años, y Henry Ayer, hijastro del mecánico, le escribieron a Knott después del descubrimiento.
Henry está encantado, dice el buzo, aunque "también es algo agridulce y teñido de tristeza para él".
Knott planea descender el 23 de mayo, cuando se cumplan 50 años del accidente, y poner una placa conmemorativa sobre los restos.
Espera que la familia de Meyer pueda estar en la ceremonia.
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