Hace dos meses comencé a hacer ejercicios de nuevo regularmente. Yo siempre he caminado o ido a alguna clase de zumba, pero hacía tiempo que no me disciplinaba a dedicarle tiempo fijo al ejercicio. Como no muy amante de los gimnasios, una amiga me sugirió que fuera a las clases de zumba y aeróbicos que ella estaba tomando en la YMCA.
Fui y me quedé. Me quedé porque, además de ejercitarme físicamente, esos ratitos se han convertido en ejercicio para el alma. Para comenzar, aquellas que estamos en los cuarenta y cincuenta somos las jovencitas del grupo. Hay par de chicas colás de treinta y pico, pero en realidad la mayoría está en los sesentas y setentas. Hay una señora preciosa que tiene ochenta y tres años y otra de noventa. Sí, noventa años y hace zumba. Yo quiero ser como ella cuando sea grande.
Trato de llegar temprano para poder hablar un poco con las chicas antes de la clase. Allí se comparten fotos de viajes, de los hijos y los nietos. Se habla de situaciones difíciles que alguien esté pasando y, por supuesto, nos celebramos cada librita de grasa perdida. Aunque todas vamos bellas a las clases, no existe esa preocupación que a veces uno ve en los gimnasios por la competencia de quién es la más fashion en moda de ejercicios. Podría decir que la canción “A quién le importa” de Thalía es el himno del grupo. Cada vez que nuestra entrenadora, María Teresa Mendizabal, la utiliza en la clase, la cantamos a viva voz.
Y hablando de María Teresa, es maravilloso tener como maestra y entrenadora a una mujer que podría ser mi madre. Ella y la también maestra y bailarina Rosita Palmer han redefinido para mí lo que es la “tercera edad”. En un momento en la vida en que los calentones menopáusicos y el entumecimiento mañanero te van recordando que el tiempo sigue pasando, me resulta empoderante encontrarme bailando y sudando la gota gorda con mujeres que, a pesar de ser mucho mayores que yo, están llenas de pasión y de espíritu.
El otro día María Teresa nos puso a agarrarnos de manos, formando un círculo que arropaba todo el estudio. Éramos como cuarenta mujeres representando cinco décadas, todas brincando, cada una dentro de su capacidad, al ritmo de la música. Y de repente lo sentí. Sentí en el plexo solar el golpe de la energía que estaba generando aquel círculo. Sentí sus alegrías, sus miedos, sus dolores y sus triunfos. Y me sentí una con todas. Gracias, chicas, por esa enegía y por inspirarme todas las semanas.