Dos imágenes, un partido. Una, estampa de la victoria: resplandeciente, aglutinante, abierta, moderna. Otra, estampa de muchas derrotas: oscura, excluyente, masculina, encerrada. En la primera, una líder del Partido Popular Democrático alzaba sus brazos y en una mano, las banderas de Puerto Rico y Lares. En la segunda, un comité de estatus se reunía en un salón diminuto y sofocante. Esté uno de acuerdo con ella o no, la alcaldesa de San Juan entiende el poder de las imágenes en la comunicación moderna.
En cambio, de la reunión celebrada esta semana para discutir la propuesta de estatus del Partido Nuevo Progresista, surge un plan para volver a reunirse, con las delegaciones de Cámara y Senado, con los alcaldes, y con la Junta de Gobierno – el más pequeño de los tres cuerpos rectores del PPD. Un partido que solo eligió una cara nueva a la Legislatura, pretende responder a la convocatoria a una cita electoral, en menos de seis meses, dialogando únicamente consigo mismo.
Con el plebiscito de mayo, el PPD tiene ante sí un reto monumental. Modernizarse más que reorganizarse, diversificarse más que homogeneizarse, y abrirse más que atrincherarse. Para ponernos de pie, y evitar caer nuevamente en la trampa anexionista, tenemos que salir a escuchar, no encerrarnos para hablar solo entre nosotros.
En el pasado, caímos por la resistencia al cambio, el temor a lo que algunos llaman la “opinión pública” y una falta de combatividad. Caímos porque no supimos contrarrestar los mensajes con los que nos bombardeaban. Pretendieron matar el Estado Libre Asociado y nosotros, dócilmente, nos vestimos de luto.
De cara a esta consulta, la agenda del PPD es urgente. Primero, la colectividad tiene que nuevamente ser inclusiva: más mujeres, más jóvenes, más caras nuevas, más visiones. Lo que proyecte el PPD tiene que responder a la realidad del país, y partir de un entendimiento del poder de las imágenes y los símbolos.
Segundo, tiene que contestarle con fuerza al PNP desde ya. No podemos permitir – ni los autonomistas, ni los soberanistas – que ese partido busque fabricar una supermayoría artificial oponiendo, en la papeleta, a la estadidad contra solo una ideología, excluyendo cualquier otra alternativa.
Tercero, el PPD no puede permitir que se continúe arguyendo que cualquier especie de autonomía ha sido rechazada por todas las instancias del gobierno estadounidense, cuando no es cierto, y cuando igual número ha rechazado la anexión por no ser práctica, económica ni políticamente viable.
Cuarto, no podemos seguir atrapados por las exigencias de los medios, los politólogos ni de los demás partidos. La generación de Muñoz Marín no tenía una definición clara de lo que acabaría siendo el Estado Libre Asociado cuando comenzó su gesta; así son los procesos de negociación. Exigirle al PPD una definición precisa y detallada de su aspiración por mayor autonomía o soberanía, dentro del marco de una relación estable y vinculante con EE.UU., hace tanto sentido como exigirle al PNP que nos muestre el proyecto de admisión que el Congreso, sin lugar a dudas, estaría dispuesto a avalar, con todas las condiciones lingüísticas, económicas y sociales que nos impondrían.
Si bien todas las propuestas que se puedan presentar dentro del PPD tienen sus signos de interrogación – ¿Podríamos mantener la ciudadanía estadounidense en un modelo de libre asociación? ¿Hay espacio para un ELA mejorado fuera de la cláusula territorial? ¿Hay voluntad para un pacto como el de las Islas Marianas del Norte? – todas comparten el interés por proteger nuestra puertorriqueñidad, por un progreso económico sostenible y equitativo, por mayor gobierno propio, y por mantener la ciudadanía de, y un vínculo estrecho con, EE.UU.
De esos consensos, el PPD puede articular una estrategia contra el plebiscito anexionista. Primero, aglutinar y proyectar un partido nuevo, fortalecido y rejuvenecido, mirando hacia el futuro con esperanza. Segundo, derrotar la alternativa estadista con cientos de miles de papeletas en blanco. Y tercero, ante la derrota del anexionismo, articular en Washington un camino negociado, realista y pragmático para las relaciones entre Puerto Rico y EE. UU.
Irónicamente, este plebiscito amañado puede ser nuestra oportunidad para reinsertarnos firmemente en el presente y futuro de nuestro país.