Ambos partidos políticos principales nuevamente demostraron esta semana estar inmersos en una batalla campal, no contra el contrario, sino contra sí mismos. El PPD, por un lado, anunciaba como la gran cosa el que un pequeño grupo, todos líderes ya de la colectividad, se repartía una serie de puestos en la junta de gobierno. El gobernador del PNP, por otro, firmaba la reforma laboral, que augura creará miles de empleos, en uno de los comercios que – quizá sí, quizá no – generará uno o dos de esos trabajitos: una lavandería. Veamos ambas instancias en detalle.
Yo personalmente no tengo nada en contra de los individuos que pretenden ocupar algunos de los puestos en la junta de gobierno. Es más, en un grado u otro, los he apoyado a todos y, a algunos, hasta les he hecho donativos de campaña. Si el resultado final es que salen electos a esos puestos, me sentiré satisfecho porque me consta que son todos buenos populares. Lo que disgusta y sorprende es la forma. Reunir a un grupo poderoso de alcaldes y a un excandidato a Comisionado Residente, e importante líder por derecho propio del PPD, en una sola plancha, es lo mismo que cerrarle el paso a cualquier alternativa. Lejos de abrirse un proceso amplio y de darle la bienvenida a lo nuevo, lo que proyectamos son los mismos apellidos y los mismos políticos que llevan 20 años liderando el PPD. ¿Con esa proyección, cómo pretendemos volver a ganar y gobernar? Evidentemente no nos hemos dado cuenta de que la Junta de Control Fiscal goza de tanta aceptación precisamente porque la gente común y corriente cree que esa imposición federal le quita el poder a los que gobiernan, no que se la quita a ellos. Si el liderato del PPD insiste únicamente en encerrarse y en perpetuarse, probamos las sospechas del pueblo. Igual tampoco hemos aprendido de Lúgaro y de Cidre, quienes juntos, por el mero hecho de su novedad, lograron aglutinar casi un 17% del voto de los puertorriqueños. Veo también un interés superficial por integrar a los diversos “sectores” ideológicos en este nuevo liderato, sin entender que para el popular de la base, lo más importante es ser popular. La base no quiere la división del partido. Y estemos claros, nuestro partido existe porque hay una base, no a la inversa. Nos debemos a esa base y a ella le importan más unos ideales: la protección de nuestra puertorriqueñidad, la conservación de nuestra ciudadanía estadounidense, la mejor relación posible con EE.UU., y el mayor grado de autonomía y gobierno propio. La definición final de ese modelo político, que debe partir de lo ya logrado con el Estado Libre Asociado, se puede dejar para el momento en que estemos sentados a la mesa con Washington, no para cuando le convenga al PNP obligarnos al desmantelamiento de nuestro partido. El gobierno PNP tampoco se está quedando atrás. Entre el giro de 180 grados en cuanto al tema de la moratoria, los esquizofrénicos “planes” fiscales y de estatus que prometió Ricky, y la firma de una ley que reduce los beneficios de los empleados del sector privado en un laundry, el Gobernador no lleva el mejor mes. Nada en contra de tener un empleo digno en una lavandería, pero ciertamente contradice el mensaje de que la reforma abonará al desarrollo económico de nuestro país.
Si bien ambos partidos enfrentan serios retos, el PPD tiene todas las de perder. La inercia se está apoderando del discurso público, y en ese escenario – como en una carrera – el que está adelante tiende a mantener la ventaja. Si el liderato popular no se despierta a la realidad que vivimos, a la necesidad de unirnos y renovarnos para enfrentar juntos un plebiscito diseñado para dividirnos, el futuro no pinta bien para la pava.