“¿Y ayudas a tu esposa con la bebé?”. Esa es la pregunta que aparece invariablemente en casi todas mis conversaciones con familiares, amigos y conocidos tras el nacimiento de mi hija hace ya más de un mes. Inicialmente, la contestaba con un “claro que sí”, aceptando con esa respuesta la premisa implícita que yace bajo la pregunta: que los hijos son responsabilidad primaria de las madres y que, en el ejercio de la crianza, el padre no es más que un colaborador. Y a ello me resisto.
Estoy seguro de que la pregunta no llega cargada de mala intención. Es solo reflejo de la costumbre. Ese es solo uno de esos paradigmas sobre los roles de padres y madres que son repetidos como mantra no solo en el discurso, sino en las acciones de hombres y mujeres. Incluso por mujeres que aseguran tener mentalidades de avanzada. Para muchos, a pesar de los discursos de equidad que se repiten a fuerza de estribillos, la maternidad juega un papel superior a la paternidad en el juego de la crianza. Piénselo por un momento. ¿Por qué debe el hombre “ayudar” en una tarea que debe ser evidentemente conjunta? ¿Acaso se le preguntaría a una madre si “ayuda” al padre en el rol de la crianza de los hijos? En la mayor parte de los casos, la respuesta es un rotundo “no”. Todo lo anterior se me antoja. Es consecuencia de la idea que sobre padres y madres se ha construido en nuestro imaginario social. La mujer alimenta, cuida y muestra afecto. El hombre provee, protege y disciplina. Cualquier variable a esa fórmula se plantea como una novedad cuasi revolucionaria. Para combatir lo anterior y validar la importancia del padre, es necesario seguir dando pasos que permitan que continúe la evolución de la figura paterna. Primero, de manera individual. Los padres debemos reclamar espacio en el proceso de crianza, no solo como figura de “disciplina” sino como figura empática, amorosa e involucrada en la crianza desde la corresponsabilidad con nuestra pareja. Pero también es preciso dar pasos desde el colectivo. De esos pasos que solo es posible dar desde el establecimiento de políticas públicas promoventes de la equidad.
Una de esas medidas que puede ayudar a lograr cambios reales es la licencia de paternidad. En el caso de la maternidad, la cosa es distinta. Según datos provistos por la compañía de recursos humanos Riutort Transformation System, en el Gobierno se garantizan 12 semanas de licencia con paga total a las madres. Mientras, en el sector privado, se les conceden ocho semanas. En el caso de los padres, salvo lo garantizado en el sector privado gracias a convenios colectivos, no existen las licencias por paternidad. Las premisas que justifican la diferencia son implícitamente machista: que el padre no desempeña (ni se espera que desempeñe) un papel protagónico en la vida de los hijos. Que una semana es suficiente y que su papel principal es el del proveedor de bienes económicos. Que la labor de crianza es responsabilidad primaria de la madre y, por ello, debe quedarse sola en casa con el peso de la responsabilidad y el trabajo- que implica la ampliación de la familia.
Jurisdicciones con políticas de avanzada en equidad han comenzado a romper esos esquemas, no solo desde el Gobierno, sino desde el sector privado. En España, por ejemplo, hasta 2008 se concedían 13 días de disfrute por paternidad a los nuevos padres. A partir del pasado enero de 2017, el tiempo de disfrute en ese país es de un mes.
En Estados Unidos, el pasado año y medio ha visto una larga fila de compañías que han aumentado o añadido los días de licencia por paternidad para sus empleados. Empresas como Hilton ofrecen ahora dos semanas por paternidad. Otras son aún más generosas. Twitter ofrece a los padres hasta 20 semanas de licencia. Spotify hasta seis meses; Amazon seis semanas; Ebay 12, y Facebook hasta cuatro meses. Uno de los casos de políticas de licencia de paternidad más flexible es la compañía de streaming web Netflix que ofrece hasta un año para trabajadores asalariados. Todas ellas compañías emergentes y exitosas. Lamentablemente, estos casos no son la norma, sino la excepción.
Para lograr la verdadera equidad y una deconstrucción del rol social asignado a hombres y mujeres, resulta preciso acompañar el discurso con estas políticas públicas que obliguen a una nueva visión de los roles de hombres y mujeres en la crianza. Un nuevo modelo de paternidad a tiempo completo; no a ratitos. En el que involucrarse en el cuidado de los pequeños no sea visto como un favor, sino como la norma. Para ello no solo estamos listos, sino que nuestros hijos, y nosotros lo merecemos.