Si usted es usuario regular de las redes sociales, ya debe estar harto de los mensajes en cadena y de los copia y pega.
Facebook tiene lo suyo. Tiene la maravillosa manera de conectarte con gente que hace mucho tiempo que no ves y hacerte sentir como si nunca la hubieras dejado de ver.
Pero yo quisiera saber en qué momento yo pude hacer mío un amigo que de verdad me pusiera a escoger entre enviarle a diez contactos una rosa roja cibernética con tres padrenuestros con la promesa —o amenaza— de que, si no regresa él, entenderá que no lo considero realmente amigo y me sacará de su lista. O cómo fue que yo le di mi amistad a una persona que piensa que, si no le llega de vuelta un jpg de un rosario de rosas (que no puede oler a menos que sea mago), no le deseo bien y la vida no derramará bendiciones sobre mí.
¿En qué cabeza cabe eso?
Lo más increíble de esas cadenas es que a veces las envía gente que uno considera sensata, inteligente. La verdad es que nadie, en mi vida, ha recibido de vuelta un mensaje mío originado en cadena. Mucho menos lo he originado yo. Es más, casi nunca termino de leerlo y, generalmente, no paso de la cuarta o quinta palabra del envío. Y por mucho tiempo hubo una tentación que intenté controlar, pero no más. ¡El colmo de los mensajes en cadena es que te los envíen en grupo!
Y sí, he tenido que ser esa que boom… Left the group. No por antisocial ni por insoportable. Es que la paciencia a los absurdos tiene un límite. Y todos esos absurdos traen cola porque siempre hay uno que por bueno le va a contestar, aunque piense que a usted la faltan un par de tornillos. Si usted de verdad cree que Dios me va a abandonar porque no le envié el salmo 23 a doce personas antes de las 12 del mediodía, pues mala suerte. Usted está mal de la cabeza. Punto. Ahooora. Si usted me dice que me está enviando el salmo 23 como una cortesía y un mensaje positivo diario, pues se le agradece. Así me quita la presión de encontrar gente como usted justo antes de la hora de almuerzo.
A veces me hacen falta y me llegan cuando más los necesito.
Y me vienen a la mente los mensajes religiosos y los tipo Paulo Coehlo, pero los hay de todo. Por ejemplo, a estas alturas ya deben parar los mensajes de que van a cobrar por Whatsapp si no le envías el mensaje a todos tus contactos. O que Facebook ya no será gratis. Que Zucker ya lo ha aclarado mil veces.
Los copia y pega son otra extraña novedad. Ahora la gente te hace un cuento que te pone a llorar en medio de una visita al consultorio médico y no es hasta que terminas de leer que te das cuenta de que no es la historia de ese amigo tuyo, sino la de alguien en Noruega, pero que de algún modo se identificó y terminó copiando y pegando en su muro. Y pidiéndole a usted que haga lo mismo. Y usted llevaba sufriendo unos segundos inútilmente. No es que esa causa no sea importante. Muchas veces son enfermedades y causas nobles, pero, si no la padece mi amiga de la infancia con la que me estaba dando un palo el mes pasado, ¡mejor! Que bastantes preocupaciones tiene uno ya.
Este tema me recuerda otro. Tampoco puedo creer que a estas alturas todavía haya gente enviando invitaciones a jugar Candy Crush. En este mundo de redes en que vivimos eso cualifica casi para retro. O el juego ese de ordeñar la vaquita o arreglarte el restaurante.
Hay códigos en esto de las redes que deben prohibir todas estas prácticas irritantes que ponen a uno en la disyuntiva de hacer caso o ignorar a un amigo. Yo sé que la gente va a sugerir que mejor le dé unfollow, pero a mí eso me da todavía vergüencita. No me da la cara para negarle una cadena, darle unfollow y mañana invitarlo a un shower.
Póngase en el lugar de los demás. No envíe cadenas. No es verdad que su mensajito va a acabar el hambre en África. No es verdad que le triplicarán las bendiciones por solo dar share y no es verdad que el nene le va a salir con los ojos azules.
¡Copie y pegue este mensaje!