Aun cuando en esta semana laboral que culmina he tenido la oportunidad de expresarme en diferentes medios sobre el resultado del plebiscito para la descolonización inmediata de Puerto Rico, hay una anécdota que me he querido reservar para esta breve columna. Dentro de la contagiosa alegría de los compañeros y compañeras del equipo que hizo posible la victoria del reclamo de igualdad plena, justo al cerrar los colegios y reconocer que ya “la suerte estaba echada”, vino a mi mente la siguiente frase de Albert Einstein: “Tendremos el destino que hayamos merecido”. Todo parece indicar que una expresión que hice como introspección fue escuchada por quienes a mi alrededor casi al unísono respondieron (aunque con frases distintas) que nuestra isla y nuestra gente merecen la estadidad.
No debe sorprendernos que quienes exhortaron a sus huestes a abstenerse de ejercer el sagrado derecho al voto que nos brinda la democracia pretendan ahora abrogarse un “resultado” que solo existe en sus mentes. Quienes atacaron la administración actual por cumplir con su compromiso programático parecen manejar sus ecuaciones aritméticas como manejaron las arcas del Estado cuando alegaron “haber salvado las finanzas de la isla”.
A menos de una semana de tan importante y decisivo evento, caminamos ya hacia un futuro prometedor, igualitario, de justicia social, económica y política, en igualdad de condiciones, derechos y responsabilidades que nuestros conciudadanos del norte. El honorable Ricardo Rosselló Nevares ha recibido el mandato de más de medio millón de hermanos y hermanas y a estas horas ya se encuentra en la capital federal para hacer valer nuestro reclamo, un esfuerzo descolonizador al que pronto se unirán también los integrantes de nuestra delegación de senadores y representantes, que, junto a nuestra comisionada residente, mantendrán vigente nuestra lucha por el bienestar individual y colectivo que trae consigo formar parte integral y participativa de todo proceso de toma de decisiones que afecte nuestra patria, nuestro terruño y todos los que hemos decidido permanecer en la isla y trabajar día a día con esmero para hacer de este un Puerto Rico mejor.
Si bien es cierto que, como Charles Delessert, “cada historiador cuenta su propia historia”, también lo es que los números no mienten, aunque algunas personas traten de tergiversar su significado. En la ratificación de Wisconsin como Estado en 1848 participaron 23,183 electores de una población de más de 130,000 personas, constituyendo estos el 17 % de su población. Entonces, Puerto Rico aún estaba bajo el dominio español. No obstante, en 1911, siendo ya nuestra isla un territorio de Estados Unidos, Arizona ratificó su deseo de unirse permanentemente a la nación, habiendo votado tan solo el 7 % de su población. Y, en los años 40, cuando los diferentes movimientos y tendencias enarboladas entonces por muchos de esos hombres y mujeres que, junto a sus predecesores y algunos de sus sucesores, serán eternamente “ilustres”, presentaban visiones y alternativas sobre el futuro de nuestra Isla, ya Hawái se encaminaba a la estadidad con un 35 % de participación de sus electores. Asimismo, lo hizo Alaska contando con el respaldo del 21 % de su población. Gesta y eventos que vivieron y conocían desde entonces los históricamente reconocidos como fundadores de los partidos políticos modernos. Organizaciones que también participaron en una u otra forma en consultas locales, incluyendo propuestas para enmendar nuestra Constitución y cuyos resultados avalaron a pesar de que en ellas participaron tan solo el 35 % de los electores hábiles.
Tomando en cuenta estos datos y reconociendo que con el 33 % de participación de los electores hábiles, otras jurisdicciones, ahora estados de la Unión, han marcado su paso en la historia, tenemos que ser responsables y discutir este tema con mayor seriedad y respeto a nuestra gente. A ese pueblo que habló pueblo habló y con voluntad de esa expresión categórica en las urnas, que a su vez reitera la de procesos previos, reafirma el amor a la patria puertorriqueña y el deseo de que finalmente dejemos atrás la indignidad de nuestro estatus colonial. La ruta está trazada y hacia ella nos dirigimos para reclamar lo que en derecho nos corresponde. Ahora que el Congreso obedezca.