Mi primer recuerdo de Elliot Castro se remonta a mi niñez.
Aquel tipo simpático, de sonrisa fácil que veía en la televisión. Por mi cabeza jamás pasó la idea de conocerle y mucho menos de trabajar con él, tal y como la vida nos tenía previsto. El primer encuentro fue en WKAQ dónde comencé mis primeros pasos en la radio comercial. Y Elliot, ya un veterano de estas batallas periodísticas, llegaba siempre con el ajoro que se había convertido en parte ineludible de su agenda diaria, justo a tiempo para comenzar la emisión de “La Descarga Deportiva”.
Años más tarde, luego de mi designación como director de noticias de Radio Isla en 2009, la vida nos colocó una vez más en el mismo escenario. Y la estampa —esa del ajoro y la sonrisa fácil— se repetía todos los días al filo del mediodía. Se abría la puerta de la estación y allí estaba Elliot, sonriente como siempre. Sin asomo de enojos y con abundancia de entusiasmo. Siempre con un “sí” a flor de labios cuando se trataba de sus grandes pasiones: el deporte y la patria. Para ellos, cómplice siempre dispuesto.
Con Elliot no había medias tintas cuando se trataba de esos grandes amores.
Amigo de sus amigos y de las causas justas, sobre todo de aquellas que buscaban la visibilización de la gente común con problemas tan cotidianos que habían sido olvidadas por todos. Siempre caballero en el trato con sus entrevistados y aun en medio del calor del debate.
Maestro siempre, Elliot no vacilaba a la hora de brindar un consejo bien intencionado o de ayudar a quien buscaba oportunidades para su desarrollo. Colaborador incondicional, sin espacio para un “no”, siempre que se tratara de la agenda del país, esa gran agenda de todos los buenos hijos de la patria.
Elliot, quedan las buenas charlas, los consejos dados y las lecciones aprendidas. Desde ya se te extraña. Hasta siempre.