Un saludo puede ser una experiencia traumática… si es a mí a quien le toca dar la mano.
Yo soy besucona. Y doy besos para saludar. Y, como soy cariñosa, acompaño con pequeños abrazos mis besos de saludo. Son como apretoncitos, tipo recordatorio. No me gusta eso de los besos tirados al aire que lo que hacen es rozar un cachete con otro y el beso nunca llegó. O como las modelos que se maquillan y no quieren que se les vaya el lipstick y te los tiran así con las puntitas de los dedos que tampoco tocan, nivel de cariño cero.
Yo beso y aprieto. Y después ando removiendo lipsticks, arreglando solapas de camisas, arreglando el pelo. Es como si sintiera que el saludo se trata de una oportunidad única de demostrarle a esa persona lo que significa para mí. Por eso no saludo todos los días con beso. No lo hago en el trabajo, por ejemplo, y he pedido expresamente que no lo hagan conmigo en ocasiones. Si me ves todos los días, no es para besarme todos los días. Keep it special.
Y entonces está el saludo de mano, que, por lo que veo, tampoco es mi especialidad. Pienso que no es la especialidad de ningún caribeño, dicho sea de paso. Porque con tanta alegría y expresividad como que se nos va la mano. Hace unos años, trabajando en Estados Unidos, en un lugar que es algo así como la meca de la sobriedad, donde todos hablan bajito, casi murmurando, llegó esta jíbara hablando normal, o sea, alto para los estándares, y saludando normal, o sea, demasiado expresiva para los estándares.
Nunca olvidaré el saludo que le di a una señora que había estudiado con una de mis jefas. A mí me dio mucha alegría conocerla porque era una historia interesante, de una mujer superada, convertida en abogada y posteriormente en jueza. Ya yo tenía su trasfondo cuando me la presentaron. Error. Estaba tan contenta que le di la mano con toda mi contentura. Era ella una mujer pequeña, delicada. Y yo recuerdo que cuando terminé de darle la mano me dije a mí misma” “Anda pa’l c#@. Yo creo que le rompiste todos los huesos de esa mano”. Son 27 los huesos de la mano. Cada uno de ellos está aún en mi memoria. No entiendo cómo alguien puede dar la mano tan pero tan suavemente. Yo comprendo que ella no estuviera tan contenta como yo, pero un chin más de pepa no se le niega a nadie. Digo yo.
Y más recientemente me pasó lo mismo en una entrevista para un proyecto de trabajo. La entrevista era con un grupo como de ocho personas, solo una de las cuales era mujer. Fueron saludándome uno a uno y yo uno a uno dándole mi mano. Mano, mirada fija a los ojos, y así siete veces, hasta que me tocó la mujer. Otra vez metí la pata. Le di el saludo como a la jueza aquella a la que me había emocionado tanto y yo sé que ella se dio cuenta. Lo sentí en su mirada.
No es que mi efusividad me haya traído problemas, pero a estas alturas me mandó directo a Internet a buscar la etiqueta para el saludo de mano. Porque yo no puedo andar besando por ahí a la gente que no conozco, pero tampoco puedo andar mandando gente al ortopeda. Quiero que me recuerden, no que me maldigan.
Tengo la impresión de que con eso de los saludos vengo haciéndolo todo mal. Al parecer el saludo tiene que iniciarlo la persona de mayor jerarquía. No el aprontao que quiera. La fuerza tiene que ser firme, pero no fuerte. Strike two. Por suerte no me quedo pegá apretando porque dicen que es más o menos de lo peor que se puede hacer y, por muchísima más suerte, en el 100 % de los casos tengo las manos limpias. Un superplus de mi compulsividad.
Ahora bien. Un saludo muy suavecito, ahí, sin ganas, tampoco es buena etiqueta. Eso le faltó decirlo al artículo online. Una cosa ahí debilucha que no demuestra ni que ha tenido gusto de saludarle es como frío y de mala educación también, diría yo. Y yo insisto. A los caribeños las reglas deben aplicarnos distinto, que con este calor no hay manera de hacer nada despacito. Son cuentos de Luis Fonsi.