El debate de la existencia del machismo en los medios de comunicación no es un asunto silente, pero pocos se atreven a hablar de ello. Si bien hay más mujeres que hombres trabajando en los medios de comunicación, decenas de féminas alrededor del mundo continúan denunciando prácticas de discrimen en sus trabajos por razones de género. Al hostigamiento sexual tendría que dedicarle otra columna porque es otro subtema que también, lamentablemente, toca tanto a varones como a féminas en los medios de comunicación. Pero vamos al tema del discrimen por género.
El aumento de casos ocasionó que organizaciones internacionales que defienden los derechos universales se hayan unido para tratar de hacer valer la ley. De hecho, la Federación Internacional de Periodistas y la Unesco han admitido que hay un largo camino por recorrer para evitar el discrimen de las trabajadoras del periodismo. Espeluznantemente, y a pesar de las clases de ética tan necesarias en cualquier profesión, se siguen cometiendo faltas que, en ocasiones, terminan en los tribunales. Hay que señalar que el mal manejo del asunto del género no solo es de los entrevistados o protagonistas de la noticia, sino también de los entrevistadores que incurren en faltas imperdonables por uso inadecuado del vocabulario y preguntas torpes que inducen al discrimen por género más hacia la mujer que al hombre. Aunque existe una autodeterminación editorial sobre la estructura de la noticia y la selección de entrevistados, deberían, por razones de credibilidad y ética, evitar el discrimen por razones de género.
Con la transformación de la noticia por la llegada de las redes sociales se puede observar más de cerca cómo y cuanto se discrimina. El lanzamiento de epítetos y todo tipo de lenguaje soez contra personas que no conocen y nunca han cruzado ni siquiera un buenos días. Llegan a conclusiones sin tener todos los elementos para evaluar. Juzgar sin tener conocimiento es una práctica usual que debe ser condenada.
Tomemos un ejemplo con nuestro deporte nacional: la política. ¿Cuántas veces se juzga al político sin conocerlo? ¿Cuántas veces se emprende contra el periodista —y, si es mujer, más— por hacer las preguntas correctas? En la pasada campaña electoral daba vergüenza ajena las preguntas contra la figura de la mujer candidata. ¿Qué tiene que ver la ropa que usaba la candidata con las ideas? ¿Qué tiene que ver que una candidata haya bajado de peso con sus ideales? En todas estas situaciones que el público comparte y opina podría haber discrimen por género simplemente por mostrarse la mujer como figura de poder. El repunte de las relaciones de dominación, de la violencia machista, discriminación laboral y del acoso a través de las redes sociales son reflejo de nuestra sociedad. Incitar ese tipo de práctica de estereotipos perjudica no solo a los que leen y observan la noticia también tiene un efecto debilitante para la profesión periodística. No cabe la menor duda de que promover dicha distorsión ocasiona la limitación de la presencia de la mujer en la sociedad. Ese tipo de representación tiene un papel fundamental en la construcción de significados y de imaginarios sociales, que inciden en los patrones de dominación y aquellas identidades que no se ajustan al mandato patriarcal.
Reflexionemos con respeto sobre cómo hacemos nuestro trabajo y cómo los entrevistados se acercan a nuestro público. Podemos convertirnos en agentes educadores en el camino hacia el respeto, igualdad de género y las relaciones de poder versus género. Reflexionemos sobre cómo se trata a las mujeres cuando son ellas las protagonistas de la noticia. Incluso muchos medios parcializaron sus cualificaciones y cuantificaron su valía. ¿Cómo entonces podemos hablar de avanzada cuando se permite transmitir información con rasgos de discriminación? Hablemos… Es hora de aceptar que hay discrimen de género.