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Temblores boricuas

Jerohim Ortiz Menchaca recuerda que hay varios temblores en la isla a los cuales debemos medirle su magnitud y tener precaución para actuar. Lee su columna

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Justo cuando pensaba que nada superaría en relevancia los deleznables ataques terroristas en Estados Unidos, España y Finlandia, tembló Borinquen.

Y en ese momento toda la discusión del país cambió.

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Observar al puertorriqueño (a) durante y luego de un terremoto es un espectáculo, un ejercicio cuasi antropológico fascinante.

Ayer, cuando acaeció el movimiento telúrico de 4.6 en la escala de Ritcher, me encontraba reunido en una oficina de un piso 10, hecho que hizo que la experiencia fuera más intensa. Con mucha calma, pero con una inflexión de preocupación en mi voz, alerté sobre el suceso. “Está temblando”, dije a los presentes.

De inmediato se detuvo el cónclave e inició un instantáneo pero fogoso debate sobre la veracidad de mi aseveración. Las dudas fueron disipadas en segundos debido a la conmoción que se escuchaba afuera y el innegable ondular de los cuadros a nuestro alrededor.

Todos quedamos inmóviles. Mirándonos unos a otros con ojos de pescado en el congelador.

Cuando se detuvo el movimiento algunos dimos gracias a Dios, otros tomaron sus móviles para llamar a sus familiares. Afuera discutían la posibilidad de activar el protocolo de evacuación del edificio.

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A los pocos minutos me conecté y observé como el muro de Facebook era invadido por gente que desconfía de sus sentidos y preguntaba: “¿Tembló?”

Otros simplemente lo anunciaban como titular que aparece en la parte superior del televisor cuando avisan sobre el último desarrollo noticioso: “¡Tembló!”

Obviamente, para buena parte de los conductores (as) boricuas, cualquier suceso que interrumpa la cotidianidad en la carretera es buena excusa para casi detener el vehículo y triplicar el tapón. Muchos actuaban como si, al sobrepasar las 30 millas, la tierra fuera a abrirse y tragarse a todos los automóviles.

En la gasolinera, la conversación giraba entorno al lugar, faena y circunstancias que rodeaban la vida de cada individuo cuando el terremoto ocurrió. No faltaba quien encajaba el comentario anticlimático por demás de: “¡Ay, yo no sentí na!”.

El evento acaparó los comentarios radiales, televisivos y de periódicos digitales.

Es alucinante cómo nos volcamos a discutir un suceso que no tuvo trascendencia alguna. Fue un terremoto más, de esos que son tan comunes en el país a través del año porque nos encontramos en una de las zonas de fallas tectónicas más activas del mundo.

Pero así somos. Utilizamos cualquier divertimento para desviar nuestra atención del verdadero terremoto que amenaza nuestras vidas.

Ese tan relacionado al hecho de que nuestro gobierno falsificó durante años todos nuestros indicadores económicos. Ese que tiene todo que ver con que la Junta de Control Fiscal se niega ha entregar sus estados financieros porque están por encima de cualquier ley. El que nos tambalea ante el hecho de que el mes pasado se perdieron sobre 5,000 empleos aunque el gobierno quiera engañarnos diciendo que hay menos puertorriqueños sin trabajo.

Por eso no culpo a quien utiliza el aislamiento como mecanismo de defensa emocional.

Y es que vivimos diariamente asediados por “analistas” que practican el terrorismo mediático. Esos que utilizan como arma de mercadeo su capacidad de insuflar terror y desaliento en nuestras almas.

Por un lado de la boca dicen que no les gusta la junta, por el otro dicen que sin ella estaríamos caminando en taparrabos.

Muchos se han hartado de dinero con contratos en el gobierno y ahora remachan la supuesta inevitabilidad de la desgracia de los pensionados, los empleados públicos, los universitarios y los pobres porque tenemos que entender que no hay chavos.

Esos que atropellan con amargura nuestras esperanzas aseverando que no hay forma de salir del atolladero y que solo nos queda entregarnos al proceso que han diseñado los mismos que nos metieron en esto.

Quieren hacernos pensar que PROMESA es una tabla de salvación a la que tenemos que aferrarnos aunque este llena de navajas que terminen por desangrarnos.

A esos indeseables no debemos creerle nada. No somos culpables de la traición de nuestra clase política. Ni de los fraudes que, junto a ellos, perpetraron bonistas en contra nuestra. Ni somos culpables del desdén abusivo que por 120 años Estados Unidos ha cometido.

Somos responsables de la confianza ciega que se tuvo en ellos.

Somos responsables de no dejarnos aterrar. Responsables de buscar un nuevo sendero colectivo y de hacer irrelevantes al gobierno traidor y a la junta buitre que nos está saqueando. De lo único que verdaderamente somos responsables es de combatir a quienes nos metieron en esto hasta desterrarlos, y de unir nuestras voluntades para construir un país que jamás vuelva a pasar por este terremoto tan humillante y brutal.

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