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A salvar lo que nos queda

El país enfrenta una crisis histórica. Eso ya lo sabemos. Aun los mas escépticos o incluso aquellos que habían optado por enajenarse de lo que pasa en la isla han comenzado a chocar con la ineludible realidad. Una tasa migratoria récord, el desmoronamiento del modelo administrativo municipal y la incapacidad del actual modelo político de proporcionar las herramientas para salir del hoyo son solo algunas de las señales. Pero saber lo que sucede no puede dar luz verde a la inconformidad, al estancamiento, a la inacción.

Si bien la clase política debate nuevos modelos de gobernanza (unos que son, indudablemente, una continuidad de lo que ya tenemos; otros poco viables, y algunos bien pensados) no es misterio que los cambios, cuando vienen impulsados desde el tope de las estructuras, toman tiempo. Y, mientras el tiempo toma su curso, el país enfrenta problemas cotidianos que no esperan. Los grandes cambios comienzan de a poco, desde la raíz. Y los más trascendentales tienen su génesis en las comunidades que, después de todo, son las que viven las consecuencias de la ineficiencia gubernamental y las que —por un asunto de cercanía a los problemas— son capaces no solo de identificar los problemas que viven en carne propia, sino de proponer soluciones, solo que, mientras esas ideas percolan hasta el tope de la oficialidad, son consumidas por el tiempo y la inacción.

El país no tiene tiempo que perder, y los ciudadanos no podemos observar con la falta de premura que ha aquejado a nuestras estructuras gubernamentales. ¿Cómo evitar que se nos haga pedazos lo que nos queda de país? Los ejemplos son cada vez más elocuentes: las comunidades. Mire el éxito de proyectos como la calle Loíza en Santurce. Mientras cientos de negocios cierran sus puertas, la Loíza ha visto cómo decenas de negocios han abierto con éxito a lo largo y ancho de este sector antes marcado por el abandono y la depresión económica. Los vecinos no aguardaron por el Gobierno. Hicieron un análisis de su entorno, se plantearon respuestas desde la creatividad individual y el esfuerzo colectivo, y levantaron sus calles con un proyecto rentable. Cerca de allí, otra iniciativa exitosa usa un modelo similar. Lote 23, en Santurce, partió de la creatividad individual. La de los hermanos Cristina y Fernando Sumaz, quienes, junto con muralistas, chefs y mixólogos, tuvieron la visión de convertir un terreno baldío en la parada 23 en un verdadero motor de actividad económica. Otros, como los vecinos de un barrio de Utuado, que, hace unas semanas y ante la inacción del Gobierno, decidieron que no permitirían el deterioro de sus calles y juntos repavimentaron los caminos. O como Carlos, un joven de 18 años que, junto con sus amigos de la tropa 35 de Boy Scouts del Colegio Parkville, vio el deterioro de una escuela púbica de su comunidad, presentó propuestas al sector privado y consiguió lo necesario para dejar esa escuela en condiciones para el inicio del semestre. O como los vecinos de Toa Baja, que, ante la insolvencia del municipio y ante el problema con la basura acumulada en sus calles, decidieron de manera voluntaria ayudar al ayuntamiento a limpiar sus calles, decididos a desafiar su suerte.

Esa es la fórmula ante el desastre: el apoderamiento de nuestras calles, la creatividad como respuesta y el entendimiento de que la fortaleza de cualquier país está en su gente. No dejemos que el país de todos se haga pedazos.

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