El eclipse que tanto esperábamos el lunes fue verdaderamente un espectáculo de la naturaleza, de esos que te dejan absorto, con la boca abierta y, en mi caso, literalmente hablando en silencio con Dios sobre su grandeza.
Y no lo vi en el momento porque estaba trabajando, encerrada, probablemente, en uno de los lugares menos simpáticos que tiene Puerto Rico. Lo vi en la tele, en las redes, a través de la curiosidad de muchos. No pude planificar verlo porque mi tiempo, generalmente, no es mío; le pertenece a mis clientes, y yo con eso no me meto. Pero desde hacía semanas mi hijo venía hablándome del eclipse, y yo pensando en la gran oportunidad educativa que tendría de aprender sobre este fenómeno histórico en tiempos de tanta tecnología.
En algún momento de la semana pasada, surgió la noticia de que los estudiantes del sistema público saldrían temprano ese día, y yo me lamenté, pero luego escuché a la secretaria de Educación con su inigualable lógica, diciendo que fue difícil lograr acuerdos para que los maestros y el sistema de transportación extendieran sus horarios hasta que culminara el eclipse, de manera que los niños pudieran nutrirse de esta experiencia educativa. Todos sabemos dónde vivimos. Todos sabemos lo difícil que es lograr acuerdos. La entendí.
Entonces, mi esposo y yo nos dijimos: “Jum, no tarda nada en que nos digan lo mismo del colegio del nene”. Pero en nuestras mentes de idealistas albergábamos esperanzas de que no fuera así. De que, dado que es un sistema privado, podrían prevalecer la sed y la vocación, la fiebre, el fanatismo del bueno. A ver, yo como periodista no puedo imaginar que pase un evento noticioso en mi nariz y que yo haga el cálculo sobre si me lo van a pagar o no. O mi esposo, como chef, si está en una buena cocina y con los ingredientes adecuados, no piensa si le van a pagar o cuánto. La piquiña profesional y la sangre en las venas empieza a correr a millón de una manera que solo tiene explicación en el amor por lo que se hace, y en el caso del periodismo, como decía Hostos, en el sacerdocio. En el caso de la cocina, no sé cómo se dice, pero les juro que no hay hornilla encendida que se salve de un tipo que ama la cocina.
No se me ocurre un momento más bello para dar clases que durante un eclipse solar. Es algo así como dar clases durante la toma de posesión de un presidente, o el despegue de una nave espacial, o cualquier otro evento que marque un hito en la historia. Tómense las medidas que sean necesarias. Es parte de la enseñanza. Pero mandar a los niños a la casa es probablemente mandarlos a dormir o a jugar PlayStation, porque no todos los padres son conscientes. Y aunque las escuelas no son sustitutos de los padres, todos sabemos que muchos niños solo cuentan con las escuelas como oportunidad de aprendizaje. Es nuestra realidad.
El día del eclipse yo amanecí sufriendo porque no podía hacer arreglos para dejar de atender a mis clientes y porque tampoco podía hacer arreglos para buscar a mi hijo a la hora indicada por el colegio. Y encima no tenía gafas seguras para ver el eclipse. Antes, yo me había encargado de hacer que mi hijo leyera sobre el tema, de preguntarle si estaba preparado para esta experiencia.
Para mi sorpresa, mi esposo, que trabajaba el martes igual que yo, se las ingenió para encontrar un lugar dónde ver el eclipse con mi hijo de manera segura, educativa y a tiempo. Lo hizo movido por la indignación de saber que el sistema privado, por el que tanto nos sacrificamos trabajando, lo mandó a su casa y dejó en nuestras manos su posibilidad de aprender o no. Allí ambos compartieron la experiencia con cientos de maestros y estudiantes. Y me cuenta él que mientras lo hacía, pensaba en todos los niños que estaban en su casa sin hacer nada y sin que le importara a nadie. Total, que en 2023 hay otro.
Pues qué bueno que en 2023 hay otro eclipse. Probablemente nos tome solo seis años planificar para no volverle a cerrar las puertas a una oportunidad de enseñanza. No quiero ser una odiosa. Yo deseo el eclipse, pero la gente hace que uno le coja como cosita. Es como un eclipse total de lógica. Total. Absurdo.