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Harvey nos enseña

Observando a cada hora la transmisión maratónica que han llevado a cabo los canales norteamericanos sobre el paso del huracán Harvey por Texas, es meritorio recordarle a la audiencia que los periodistas no son los protagonistas de la noticia ni deberíamos pretender convertirnos en los héroes y heroínas del rescate. Sí es una valía no enajenarnos de lo que pasa a nuestro alrededor y ayudar al necesitado, pero ello es una situación muy diferente de zambullirse y rescatar a decenas de pies de profundidad, y sacar partido de la historia.

Esos errores durante la transmisión de la noticia en desarrollo me abruman porque se pierde de perspectiva el dolor y la tragedia de la vida humana.  Una periodista en Texas realizó una buena labor al activar las unidades de rescate cuando observó a un hombre dentro de su camión remolque. Luego, un abrazo fue suficiente para sellar el agradecimiento a la periodista. Uno de los grandes valores del periodismo es hacer labor comunitaria y social. Se aplaude. En otro canal vi a un periodista ayudando a cruzar a viejitos con dificultad para sostenerse. La escena se coló en otro canal competidor y mostraron la labor ciudadana, mientras el periodista que ayudó decidió permanecer en el anonimato. Muy bien por él, pues demostró su sensibilidad ante el dolor de los demás. Hago esta reflexión ante la imprudencia de comunicadores que quieren apropiarse del sufrimiento para hacer noticia. Ello siempre lo he condenado. Pero también considero injustas las críticas que he leído en las redes sociales sobre la labor periodística durante el paso de tormentas. He cubierto muchos ciclones desde Marilyn, Hortense, George y todos aquellos que en los últimos años, afortunadamente, han pasado muy cerca, amenazantes, pero no han causado estragos mayores. Hay que estar allí cubriendo para conocer que la vida de cientos de personas están en peligro mientras se informa y pasa la emergencia. A ningún periodista lo he escuchado quejándose de las condiciones de trabajo. En George estuvimos sin una cama ni alimento por días para poder llevar la noticia responsablemente. Hubo días en que no se pensó el peligro que representaba dormir en el camión de transmisión ni en las arriesgadas maniobras, como sostener un satélite con las manos para que saliera la señal. Sí, en ocasiones uno no se detiene a pensar sobre el peligro. En George, la puerta del estudio que daba al estacionamiento se la llevó el viento huracanado, y aun así se continuó la labor. Muchos de los padres periodistas llevaron a sus familias al canal y dormían en colchones en los pasillos. No me gustan los huracanes y mucho menos cubrirlos, por el dolor que conlleva. Ver familias que lo han perdido todo durante la tragedia, incluidos parientes, me hace sentir la impotencia del ser humano ante la naturaleza. Luego de la cubierta maratónica, viene el trabajo más arduo para los periodistas: la evaluación de daños y la constatación de que el Gobierno esté ayudando al que lo necesite. Es tanto trabajo que no damos abasto. Es duro y triste. Por eso, cuando observé a las personas rescatadas en botes en Texas, recordé cuán frágiles y malagradecidos somos. Después de una semana de ocurrida la tormenta, es que los periodistas pueden pensar sobre los daños personales a su hogar. Ello es secundario porque el trabajo es primero. Así es la profesión. Durante la emergencia, los periodistas deben informar con verticalidad sin exagerar y sin protagonizar; sin propiciar el espectáculo que representa que te lleve el viento; contrastar la información que el Gobierno ofrece sobre víctimas, daños e indemnización; ayudar a comunicar quiénes necesitan ayuda y llegar a lugares donde las víctimas están atrapadas para incitar al rescate; ofrecer datos estadísticos correctos; destacar la labor del voluntariado, pues ellos son los verdaderos héroes y heroínas, y nunca hacer de meteorólogo, mejor se lo dejamos al que sabe.

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