A Puerto Rico le ha caído la macacoa, y si no aprendemos de esta pesadilla, nada nos sacará del hoyo donde estamos. De este episodio aterrador, tienen que salir ciudadanos fuertes, dispuestos a exigir y sacrificarse en la vida cotidiana. Si no, para el próximo desastre, nos toque a la presente generación o no, tropezaremos con el mismo peñón.
La macacaoa de Puerto Rico comenzó en 2015 cuando nos “enteramos” (gobernantes y gobernados) de que nuestras “riquezas” y nuestro “desarrollo” se habían armado sobre un esquema fiscal ficticio y hasta fraudulento. Ello llevó a la metrópoli a restregarnos por los cuatro vientos que somos su colonia y que necesitamos supervisión. Lo hicieron por la vía judicial en el caso Sánchez Valle, y a través de las otras dos ramas de gobierno con la aprobación de PROMESA. Ahí se desmoronó la fantasía política que algunos veían como su “gobierno propio” desde 1952.
Esta semana, la metrópoli cuestiona abiertamente la capacidad del Gobierno insular para manejar la crisis y considera delegar en los nuevos terratenientes —la Junta Fiscal— el manejo de la ayuda económica que enviarán pronto.
“Puerto Rico es otro después de María”, se escucha constantemente en cada esquina. Sin embargo, esa expresión la percibimos como algo no vinculante a nosotros los individuos y sí a las circunstancias que vivimos como colectivo. Esa frase tiene que llevarse a otro nivel para que entendamos que esta racha que venimos observando en los últimos años debe producir otro tipo de PUERTORRIQUEÑO, con más carácter y principios más fuertes a la hora de exigir y tomar decisiones que construyan ese otro Puerto Rico que nos han llevado a considerar. De lo contrario, esta macacoa será en vano y nos tendrá, como dicen en Guayanilla, de mangó bajito.