Afortunadamente, la advertencia de tsunami que se emitió antenoche resultó en una falsa alarma para Puerto Rico. Causó preocupación para quienes se enteraron, pero más escándalo surgió al saber, a la mañana siguiente, que nuestro sistema de alerta de tsunamis está en el piso y que tardaría meses en arreglarse. Muy cándidamente, me dijo en Radio Isla el director de la Red Sísmica, Víctor Huérfano, que la gente, para enterarse, tendría que haber recurrido a las redes sociales si la emergencia hubiese sido real y mayor.
Esa advertencia se canceló, y con el sistema de alerta de emergencias hay que trabajar urgentemente para evitar más desgracias.
Pero Puerto Rico enfrenta una amenaza de tsunami a otros niveles, de la que parece que no escaparemos. Hay una ola de desasosiego, desinformación e incompetencia a muchos niveles, que desalienta el ánimo colectivo que tanto se profesa en las campañas positivistas llanas que nada adelantan.
El anuncio del Cuerpo de Ingenieros del Ejército de los Estados Unidos de que será en junio (ya con la próxima temporada de huracanes encima) para cuando el 100 % del país tendrá luz es una bofetada para los miles de ciudadanos que siguen viviendo la emergencia como el primer día. La lentitud, producto de la falta de coordinación en la AEE y ahora en el Centro de Mando establecido para la recuperación del sistema eléctrico, sigue siendo imperdonable y es un estímulo para que más puertorriqueños abandonen el barco.
La ola de errores también se apodera del Gobierno, en el que esta semana ha habido varias bajas en el equipo del primer ejecutivo y donde se ha exhibido un manejo que luce altamente irregular en un potencial caso de hostigamiento sexual. Al gobernador le urge reordenar su equipo de trabajo al más alto nivel, reenfocarlo y procurar restablecer el andamiaje de comunicaciones y ejecución que demostraron durante el primer semestre de administración. Si esto no ocurriera, estarán “apagando fuegos” en el resto del cuatrienio sin poder lograr lo que se propusieron o sin poder, aun firmando leyes, viabilizarlo ante tanta distracción.
Por otro lado, la ola de la desinformación prevalece ante un clima económico inestable. Los oficiales puertorriqueños en Washington, los electos y los que no lo son no han podido hablarle con claridad a la isla ni al Congreso sobre las necesidades del país para reconstruir su infraestructura y su economía. Ayer, también en nuestro programa radial, no fue posible que Jenniffer González dijera cuánto dinero quieren del Congreso en el paquete suplementario que está a punto de concretarse. En medio de esto, un plan de desarrollo económico, sumamente necesario, no parece asomarse ni por una esquinita. Los anuncios más recientes de creación de empleos se limitan a proyectos que, aunque nobles y positivos, no suponen un impacto macroeconómico para los puertorriqueños.
En esta circunstancia, creo que dirigir los esfuerzos para empujar la estadidad está a destiempo, ante las necesidades que tienen muchos boricuas y las que tenemos como país. Ayer estaba por Punta Santiago en Humacao y allí, sin luz y con una devastación visible todavía, en la comunidad parece como si el huracán acabara de pasar.
Ciertamente, el tema del estatus hay que atenderlo, pero —en esta coyuntura— retando a la metrópoli y denunciándola internacionalmente por su irresponsabilidad en responder ante una de sus posesiones, tras una catástrofe como la que se ha vivido.
La ola real no es la que nos amenazaba el martes; es otra que nos arropa poco a poco y parece no alarmar a muchos.