Recuerdo la primera vez que fui a Disney World con dos de mis sobrinas que, en aquel momento, tendrían tres y cinco años. Yo había visitado el lugar ya muchas veces, pero ver lo que ya había visto a través de los ojos de las nenas fue como estar allí por primera vez.
De la misma forma, resulta sumamente interesante el ver a Puerto Rico a través de los ojos de otros. Lo que para nosotros es algo completamente normal, como decirle a un desconocido “buen provecho” o “salud”, sencillamente porque está comiendo o estornudando, para otros puede significar algo mucho más profundo.
La publicación que hizo recientemente una amiga en su muro de Facebook me hizo recordar por qué, a pesar de todo lo negativo que podamos estar viviendo, esta isla sigue siendo, para mí y para muchos, un paraíso.
Mi amiga narraba cómo luego de casi cuatro meses sin energía eléctrica en su urbanización, vio por fin llegar brigadas a trabajar en el área. Como tantos otros de sus vecinos, se acercó a los trabajadores a hacerles preguntas y, como también han hecho personas en tantos lugares a través de la isla, a ofrecerles agua, café y hasta comida. Los integrantes de esta brigada eran todos “gringos”.
¿Cómo ven ellos a los puertorriqueños? En la conversación con mi amiga nos describieron como “resilientes,” “pacientes” y “fuertes”. Le confesaron no estar acostumbrados al agradecimiento que muestran las personas aquí por el trabajo que están realizando y los detalles que tienen con ellos. Uno de los trabajadores le dijo que regresaría más tarde en el año para conocer mejor a Puerto Rico. Otro le aseguró que volverá con su esposa a comprar un terrenito para hacerse una casa porque “los puertorriqueños son la gente más amable del mundo”.
Los puertorriqueños tenemos mucho que aprender y que crecer. Pero que no se nos olvide jamás aquello que ya nos define y nos provee la fuerza para sobrevivir cualquier crisis: esa extraordinaria capacidad para la amabilidad y la conexión humana. Si otros ojos lo ven, es porque está ahí.