Dos matrimonios sentados en este momento en la mesa del lado donde intento trabajar han hecho que, de repente, cambie por completo mi columna de hoy.
Estarán en sus 70 cada uno y son cubanos de origen, pero llevan más que yo en Puerto Rico, a juzgar por su conversación, que se supone que no tenga que escuchar, pero que no puedo obviar porque hablan un chin altito. Y me han hecho el día. Están analizando, sumamente indignados, por qué “Despacito” no ganó los Grammy, que todos creíamos y queríamos. Para que ustedes vean que no solo los millenials han terminado afectados con semejante desplante de la organización, que no es lo mismo que el sentimiento de su pueblo, y me atrevo a decir que de muchísima gente más en el mundo, no importa dónde haya nacido. Lo importante es que el ritmo haya retumbado.
“Nene, esos muchachos se han escuchado hasta en China. Yo fui a Holanda, y donde me metía se escuchaban esos muchachitos”, dijo una determinada señora, muy guapa ella, me parece que recién salida de salón.
“¿Y eso qué importa?”, le preguntó el marido. “A ese otro que ganó no lo escucha nadie fuera de Estados Unidos y algunos países por ahí”, le respondió la esposa, que parece, en términos generales, que mantiene cierto control de la relación. “Algunos países por ahí”, escuché y reí porque Bruno Mars también es mi amorsote, y con algunas gotitas boricuas en la corriente sanguínea. “Pues, mija, perdió ‘Despacito’. Acostúmbrate”, le respondió el don, sacándome una carcajada tras la cual tuve que virar la cara porque suelo almorzar sola, ya sea para estudiar o para escribir, y no quería que me vieran como una “metía”.
Entonces, intervino la segunda pareja. “Mijo, perdieron porque son puertorriqueños, pero si fueran americanos habrían ganado”, dijo la segunda mujer, también con aparente control de la relación. Y ahí sí paré el oído full. “Se llaman Luis y Daddy, y Daddy no es Daddy, es un nombre de rapero de alguien que se puso encima Yankee…” (Silencio en la mesa). “Y ni siendo Yankee ganó”. No, no, no. Sentí que estaba leyendo Twitter, pero no, era un live chat al lado mío.
Este marido, sin embargo, se ranqueó. “Es que esa gente de los Grammy no entiende. ‘Despacito’ no es una canción. Es como un himno de lo que es Puerto Rico”. Ya yo me iba ofendiendo porque tampoco es para insultar, pero luego le agregó bastante lógica. “Los puertorriqueños parece que van despacito, pero van a las millas en todo, y en la música le tienen envidia porque esto es un chispín de tierra con demasiado ganador”. JUM. En ese momento quería sentarme con ellos, pero no, seguí trabajando.
Y entonces regresó a hablar la mujer que dominaba la mesa. “A mí lo que me volvió loca fue la Zuleyka”. (Yo resintiendo el “la” porque para mí eso es súper despectivo). “¿La hembrota?”, le preguntó el marido. Y por dentro me dije: “Don, usted duerme con el perro hoy. No hay manera de que esta señora le permita ese comentario”. Para mi sorpresa, su dominante esposa replicó: “Olvídate de Fonsi y del Yankee. El jurado tiene que haber sido mujer y estaban todos envidiosos. ¡Qué bella! ¡Qué cuerpazo!”, expresó la que hasta ese instante era mi versión de Cruella De Vil. “Envidia, envidia mala que le cogieron”. Eaaaaaaaa. Ese fue el análisis de gente que no conozco. No tengo que coincidir con él.
(Disclaimer mío: Zuleyka era importante para nosotros, siempre lo ha sido. Pero no era elemento para ganar o no. Era parte del show, que en términos técnicos no fue brillante, fue como un reguero descoordinado, excepto por el inicio de la presentación con el cuatro y la bandera).
Lo que me arranca la piel es la respuesta de la gente en el auditorio, en las redes y en los medios. Me encantó. Gente encendía, grabando y cantando en español algo que no entendían.
El hecho de que se haya creado el #DuraDura challenge creó una expectativa de protagonismo brutal para nuestra Miss Universo. Y es que está más bella que nunca y si pudiera volver a aspirar, volvería a ganar.
Puerto Rico sonó. Puerto Rico ganó. Y la organización —los Grammy— se los perdió. Allá ellos.
A fin de cuentas, fue una buena distracción. Nuestra realidad es dura, más dura.