Durante décadas el país ha observado -en silencio, paciente- como un gobierno tras otro nos vende los cuentos de recuperación.
La crisis- esa palabra que nos persigue desde hace 15 años- había sido anticipada. Pero no por los políticos que aseguraban uno tras otro haber puesto la casa en orden.
Los economistas y expertos nos habían advertido que los primeros mentían.
La casa, lejos de estar en orden, amenazaba con colapsar. Para levantarla era necesaria precisión, como esa del buen cirujano con un paciente moribundo. Un corte mal hecho, una medida imprecisa, podría suponer el fin.
Pero el país, incauto, prefirió seguir preso del partidismo político e ignorar las advertencias. ¿Para qué hacer caso a los consejos de los expertos? Si el partidismo dice que la cosa está en orden, ¿por qué dudarlo? Ese parecía ser el resultado del proceso racional de la mayoría. Todos, en mayor o menor escala, asumieron la teoría de la mucha austeridad y el poco desarrollo económico como receta de recuperación.
Uno tras otro repitió la fórmula. Menos beneficios, mayor recuperación. Pero la recuperación no se producía. Y a pesar de ello, la fórmula volvía a implementarse con las mismas promesas. Más impuestos para la clase trabajadora sería igual a más dinero en las arcas del Gobierno, se aseguraba. Más austeridad sería el equivalente a mayor recuperación. Los economistas advertían que no, y los gobiernos insistían que sí. Pasado el tiempo volvía a probarse el error: ni recuperación ni la madre de los tomates. Pero, como aquel que se hace el loco, continuamos con lo mismo. Más impuestos.
Primero fue el IVU. Pagaríamos más por productos o servicios, y eso traería el dinero necesario para acabar con la crisis. Pero el dinero no llegó.
Ello, sin embargo, no fue suficiente para frenar la terquedad institucional. “El Gobierno es muy grande” se insistía desde la oficialidad. Así que, a cortarlo.
Entonces, nació la Ley 77. Durante las conferencias de prensa previas a la medida en múltiples ocasiones pregunté al gobernador Luis Fortuño, cuáles eran las bases que respaldaban la teoría de que los empleados despedidos serían absorbidos
por el sector privado. Pero nunca se presentaron argumentos que
respaldaran la supuesta “absorsión”. Quizá por eso nunca llegó. Tal y como adelantaron los expertos, el Gobierno despidió y el sector privado no fue capaz de acoger a los empleados despedidos. ¿Y la recuperación? Se alejaba una vez más.
Luego llegó la Ley 66. El gobernador Alejandro García Padilla apostaba a que la eliminación de otros 16 mil puestos de trabajo cambiaría nuestra ruta hacia el barranco. Pero la austeridad, esa bendita cura, seguía sin llegar.
Llegaron más impuestos. Se redujo la lista de posibles deducciones en las planillas, se impusieron la crudita, cargos a las cuentas IRA, a los
individuos que trabajan por cuenta propia, el “furgonazo”, y la sobretasa del CRIM. Y eliminamos la ley de cierre. Y quitamos la paga doble porque, bendito sea Dios, los empresarios no crean empleos, porque en la isla hay “demasiados derechos”.
Pero eso, tal y como habían advertido los expertos, tampoco funcionó. Ahora, nuevamente llegan recortes. Menos días de vacaciones, enfermedad y recortes a las pensiones. Hoy, como de costumbre, tampoco hay estudios que sustenten las medidas. Debemos creer porque-sí-que-esta vez-de seguro-sin lugar-a-dudas la recuperación llega.
¿Se supone que lo creamos? No sé usted pero a mí los últimos 20 años de constantes palos a ciegas me han quitado la fe. ¿A usted no?