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¿A quién se le ocurrió que el consenso es positivo?

El consenso —un estilo de vida— al que nos obligan consistentemente, ciertamente es reconfortante y armonioso, aunque, no hay duda, que a menudo nos puede conducir a tomar muy malas decisiones.

Disentir es justo y necesario para poder lograr mejores resultados. Es cierto que el desafío les desagrada a muchos, sin embargo, lo necesitamos para reevaluar nuestras propias opiniones, ya que nos facilita y promueve la posibilidad de considerar nuevas alternativas y la oportunidad de generar soluciones creativas. Literalmente, el disentir es liberador.

Desafortunadamente, tendemos a pensar de forma negativa de aquellos que discrepan. Incluso les ponemos sobrenombres negativos, los visualizamos como bloqueadores, especímenes que nos hacen perder tiempo y, en ocasiones, los castigamos ridiculizándolos o rechazándolos.

Disentir permite una verdadera diversidad de perspectiva, la discusión sensata, el análisis profundo y el debate honesto. El no estar de acuerdo y plantear un punto de vista diferente, de forma respetuosa y bien intencionada es positivo, y necesitamos comenzar a verlo con buenos ojos y abrazarlo. Siempre debemos preferir tener cerca a aquellos que nos digan lo que debemos escuchar (aunque no nos guste) y no aquello que “queremos” escuchar.

Sin darnos cuenta, cada vez más, somos rehenes del consenso, ¿Por qué?

Seguimos a la mayoría, bien o mal, porque asumimos que la mayoría siempre está correcta.

Queremos “pertenecer”, por eso jamás discrepamos.

Se nos olvida lo maravilloso del concepto gestión participativa, ya que luchamos porque nuestra idea, nuestra forma de pensar, nuestro estilo de trabajo sea el único, el mejor y el reconocido.

Cuando hacemos brainstorming sobre cualquier cosa, desde dónde almorzar hasta qué prioridades atender, evitamos la crítica constructiva para evitar ser la “nota discordante”.

Un disidente —respetuoso y sensato— hace la diferencia. Es un arte que, si lo manejamos efectivamente, logramos cambios positivos y trasformaciones que logran verdadero impacto. El consenso puede reducir el pensamiento crítico y mata la racionalidad. Las mejores decisiones —sean personales o profesionales— requieren diversidad de perspectiva, escuchar a aquellos que son diferentes de nosotros, que se toman el tiempo para analizar, que tienen profundidad en los asuntos y no hablan por hablar, sino para genuinamente aportar.

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