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La legislatura, ¿con el pueblo?

Últimamente, parecería como si la Legislatura —¡al fin!— estuviera oyendo los reclamos del pueblo al que representa y actuando acorde con ello

¿Recuerdan cuando les decíamos legisladrones? ¿Cuando unos payasos ocuparon simbólicamente los escaños legislativos?

La Legislatura, históricamente, ha sido el “punching bag” de nuestra discusión pública. Y es que, usualmente, nos la ponen fácil. Nos regalaron al Chuchin y su Bentley. Nos regalaron el galeón con los tesoros que prometía Evelyn Vázquez. Nos dieron a Ñaño y a Misla. Nos dieron los teléfonos de Anaudi. Y, recientemente, hubo una agresión sin agresor.

Pero, últimamente, parecería como si la Legislatura —¡al fin!— estuviera oyendo los reclamos del pueblo al que representa y actuando acorde con ello. ¿Será posible? Dicen que todo llega al que espera. Y hemos esperado bastante.

De manera unánime, el Senado aprobó una resolución del independentista Juan Dalmau para exigir al secretario de Hacienda que no desembolsara dinero para la Junta de Control Fiscal. En tres ocasiones distintas, el Senado se ha ido por encima de medidas vetadas por el gobernador, incluyendo un proyecto del independiente José Vargas Vidot para mejorar el sistema de justicia juvenil. El presidente senatorial, Thomas Rivera Schatz, sagazmente, invitó a José Carrión a defender la reforma laboral en vistas públicas. En la Cámara, Georgie Navarro explota la indignación del pueblo y reclama que le quiten a Walt el millón de pesos en salario anual que le va a pagar la quebrada Autoridad de Energía Eléctrica.

Estas medidas, aunque populistas y simpáticas, son solo mensajes políticos que no tienen posibilidades reales de convertirse en ley ni en establecer política pública. Vayamos caso por caso. La Junta de Control Fiscal es una criatura federal que seguirá recibiendo su dinero del Gobierno de Puerto Rico, independientemente de la resolución senatorial. La Cámara no va a conciliar el proyecto para mejorar el sistema de justicia juvenil porque cree que es mejor caerles con todo a los niños, y tienen su propia medida a esos efectos. Carrión no tiene que ir a rendirle cuentas a Rivera Schatz —ni a nadie en Puerto Rico, por cierto— porque la Ley Promesa, que se refrendó en el Congreso, lo exime de ello. Y la idea de Georgie, de quitarle chavos a Walt, tiene problemas constitucionales porque eso no se puede hacer retroactivamente.

Los legisladores, en un sentido, están jugando a legislar, porque realmente ya no tienen el poder de antes. Son un grupo de personas —electos democráticamente por sus constituyentes— que se reúnen y emiten opiniones a la prensa, sin consecuencias mayores. Son como un focus group representativo del país, pero sin poder para cambiar mucho. El modelo republicano de gobierno busca que la Legislatura —el poder más importante, en teoría— se asemeje al país que representa. En Puerto Rico, tenemos ese resultado, pero con una versión retorcida.

Nuestra Legislatura es un microcosmos perfecto del país en general. Un grupo de personas, con diferencias entre ellos, apasionados, con muchas opiniones e ideas ­—algunos buenos, algunos flojos, algunos serios, algunos buscones—, que intentan, cada vez con menos poder, cambiar las cosas para toparse, una y otra vez, con que el libre albedrío se reduce día a día, y cuyo radio de acción es minimizado y ninguneado.

Por eso, en parte, vemos que la Legislatura se une ahora a los reclamos del pueblo, porque ahora están casi tan abajo como la gente de a pie, y ahora les llegó la indignación y el sinsabor que, quizás, antes no llegaba a allá arriba. Ahora, cuando legislar tiene poca o ninguna consecuencia, pueden ser más aventurados y quijotescos.

La Legislatura, en meses recientes, parece querer estar en el lado correcto de la historia. Una pena que haya llegado tan tarde.

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