Una campaña publicitaria plantea la pregunta: “¿Debo vacunar a mi hijo?”. Un conocido naturópata del patio se opone tajantemente a la vacunación. En diciembre 2014, un brote de sarampión que tuvo como punto focal Disneyland en California, resultó en 159 personas enfermas, más que el número total de pacientes infectados en un año promedio en todo Estados Unidos. ¿Qué, además del tema de la inmunización, tienen en común estos tres datos? Que nos obligan a considerar el rol y la responsabilidad de los medios y los comunicadores en la diseminación de información y sus efectos prácticos sobre la sociedad.
El debate sobre la vacunación es una realidad. Muchos padres, según recoge la mencionada pauta, se cuestionan si vacunar a sus hijos es el curso de acción correcto. Como comunicador, me enfrenté a este debate recientemente en el programa de análisis en el que comparto diariamente con Luis Penchi a las 5 de la tarde por Radio Isla 1320. Entrevistamos a Norman González Chacón, quien en reacción a una medida presentada por el Representante del PNP, Juan Oscar Morales, para hacer más estricta la ley que requiere la vacunación de menores para ingresar a la escuela, indicó que “las vacunas son un fraude”. A preguntas mías sobre si opinaba que todas las vacunas, a lo largo de toda la historia de la medicina moderna, habían sido fraudes, su contestación fue inequívocamente que sí. Adujo a que la erradicación de enfermedades como la poliomielitis, lograda en las Américas en 1994, era debido a una inmunidad que las generaciones desarrollaban naturalmente con el pasar del tiempo.
PUBLICIDAD
Su contestación me sorprendió. De niño, aprendí en la escuela sobre los grandes logros de la medicina y de la humanidad. La creciente expectativa de vida durante todo el siglo XX era gracias a esos adelantos tecnológicos. Mis héroes eran los científicos que habían desarrollado estos milagros de la modernidad. Aceptar estos hechos, como lo es aceptar la gravedad o la forma esférica del planeta Tierra, son indicadores de una buena educación general que le permite al ciudadano operar dentro de nuestra realidad. Este conocimiento acumulado por las generaciones, que se nos imparte desde nuestras etapas formativas más tempranas, es lo que nos distingue y nos coloca dentro de la actualidad.
El consenso en torno a ese cúmulo de ideas pende de un hilo precariamente. Creemos que la historia de la humanidad es una de progreso lineal e inexorable. Creemos que el ser humano ha cambiado, que su misma naturaleza es hoy más civilizada que la de nuestros antepasados en la Antigüedad. La realidad es que el progreso se puede revertir; que el organismo que llamamos ser humano es hoy el mismo, desde el punto de vista biológico, que el que habrá caminado por las calles de Roma hace dos mil años. Lo que ha cambiado es la sociedad en la que habita. Los logros del pasado estarán presentes en el futuro únicamente en la medida en que mantengamos viva diariamente la llama de la civilización.
Quienes promueven ideas falsas sobre la vacunación ponen en peligro nuestra salud y, peor aún, la existencia misma de un consenso básico sobre nuestra sociedad humana. Puedo entender que ciertas personas tengan objeciones religiosas a la vacunación, como también es evidente que, para una minoría, algunas vacunas puedan ser contraindicadas. De igual forma, es natural que haya resistencia a vacunas nuevas y experimentales. Como también es posible que algunos se cuestionen la efectividad de la vacuna anual contra la influenza. Sin embargo, es irresponsable pretender ser un salubrista y decir que ninguna vacuna jamás ha sido efectiva.
Quienes alegan esto falsamente causan un grave daño. El resurgimiento de enfermedades esencialmente erradicadas, como en el caso de Disneyland, se debe al debilitamiento de la inmunidad de grupo, concepto que plantea que las enfermedades infecciosas desaparecen al no tener organismos en los cuales alojarse. Es por ello que los grandes programas de vacunación solo logran ser efectivos en la medida en que se masifican.
Quienes crean que esto es un esquema capitalista de las farmacéuticas para vender más productos, también se equivocan. La Revolución cubana se vanagloria, correctamente, de haber erradicado la poliomielitis en 1962, la difteria en 1979, el sarampión en 1993, la tosferina en 1994, la rubéola en 1995 y la parotiditis en 2010. Actualmente, Cuba mantiene en su itinerario de inmunización 10 vacunas contra 13 enfermedades, 8 de las cuales son producidas por la industria de biotecnología nacional.
En fin, que si algo ha unido a los pueblos de este mundo tan tumultuoso, ha sido el conocimiento científico. ¿Debemos entonces en los medios dar espacio a quienes quieren erradicar esos logros? ¿Le daríamos espacio a quienes niegan el Holocausto o a quienes alegan que la Tierra es plana? ¿Qué responsabilidad tenemos en la formación de la conciencia del ciudadano y del colectivo? ¿Seremos la vacuna contra la ignorancia o la propagaremos?