Este año me matriculé en clases de salsa con el grupo Cambio en Clave porque aunque sé bailar llevo mucho tiempo queriendo aprender movimientos nuevos.
El baile siempre ha sido para mí como una especie de meditación, un ejercicio en “mindfulness” o presencia mental. Al principio te enfocas en el paso nuevo que estás aprendiendo, pero una vez lo aprendes y lo repites una y otra vez, notas cómo tu mente, esa que piensa y requete piensa, desaparece con todo su chachareo, para darle paso a un espacio maravilloso donde todo fluye. En esos momentos me siento plenamente feliz.
Bailando también he aprendido a soltar. Recuerdo la primera clase en la que me sentía media perdida y así se lo hice saber al caballero con el cual me tocó bailar en ese momento. Él me miró y me dijo “No te preocupes, solo déjate llevar”. Varios me lo han repetido a través del curso. El “dejarme llevar” ha sido siempre un reto para mí. Es posible que se me haga difícil por el hecho de que tanto en mi vida personal como en la profesional tiendo a ser asertiva y generalmente la que “guía” a otros. Pero cuando conscientemente me permití soltar y dejar que mis compañeros de baile tomaran la batuta, descubrí libertad.
También aprendí que en un curso en el cual en hora y media puedes bailar con cien hombres distintos, el dejarte llevar debe ir de la mano del “no juicio”. Observar cómo baila cada persona, con más o menos ritmo; algunos algo agresivos y otros demasiado suaves, se convierte casi en un estudio social. Se puede saber tanto acerca de una persona observando la forma en que baila.
Al son de la clave he mejorado mis destrezas como bailarina pero más importante que eso, he practicado el observarme por dentro. Nuestra maestra, Yami, siempre nos recuerda que cuando estemos bailando no miremos los pies porque “ellos saben para donde van”. Yo le añadiría que mejor miremos al corazón para ver hacia a donde nos está dirigiendo con cada paso.