La Navidad ya llegó.
Es temprano, lo sé. No han llegado las brujas, lo sé. No ha llegado el pavo y tampoco el friíto mañanero. También lo sé.
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Pero saqué las copas y ando desempolvando decoración navideña semienterrada en los clósets desde el wikén del descubrimiento.
La verdad es que, para efectos de algunas tiendas, ya estoy tarde y puede decirse que llegué segunda. Me parece que la última semana de septiembre comencé a ver arbolitos en los centros comerciales y, de hecho, en alguna vía pública del área metropolitana.
Pero ese wikén en particular abrí la puerta esa del gabinete que uno nunca abre y me encontré de frente con la copa que tiene pintado un Feliz Navidad. Se me presentó tan grande, tan colorida, tan sexy y tan festiva que le eché mano de inmediato y la coloqué en la mesa.
Por supuesto, cuando fui a servir el desayuno, mi hijo, que todo lo ve y nada se calla, me dijo: “Mami, ¿estás bien?” “Sí, Manu, ¿por qué?”, le pregunté repasando en mi interior las señales que pude haberle dado para que dudara de mi bienestar. “Es que no es Navidad”, me respondió. “Técnicamente no; tienes razón. Pero en la práctica siento que necesito que empiece la Navidad”, le dije. “Ok, mami, pues llegó la Navidad”, me respondió.
Ahora, escribiendo estas líneas, me da risa porque para él, aunque no lo entendiera, era suficientemente válido el hecho de que mamá necesitara que comenzaran las festividades para no preguntar más y entrar él en el Christmas mode. Aunque dijo que no lo entendía, evidentemente lo asoció porque empezó a pedir regalos y a hacer listas mentales que antes habría hecho faltando horas para el 24 de diciembre, provocando todo tipo de crisis interna familiar. Esa parte no es tan buena para mí.
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Ahora bien. ¿Por qué querría yo comenzar a celebrar la Navidad en octubre? Sencillo. Es la época más feliz del año. A mí me suena una campanita interna y rápidamente me entra una felicidad en el alma que impacta todo y quiero escuchar a José Nogueras, comer pasteles, turrón y beber coquito. Eso, precisamente en este mes, lo necesitaba.
Ha sido un año complicado en términos generales. A veces pienso que la magnitud del impacto de María anda por ahí, “under the skin”, no superado, aunque digamos que sí. Que andamos buscando alegrías, que nos agarramos de cualquier excusa para celebrar, que nos negamos a la resignación. Creo en todo eso.
Lo bueno de nuestra “especie” puertorriqueña es que nos sacamos la morriña con unas alegrías que o existen o las inventamos. No es por otra cosa que nuestras Navidades son las más largas del mundo. Creo que somos donde único la Navidad puede coincidir con el Día de los Muertos.
La gente juzga este comportamiento y lo atribuye, con pasmoso cliché, a no sé cuántas cosas sociales, incluido el consumismo.
Yo soy de las que piensan que la Navidad es tan bella que no tiene fecha. Que está ahí para cuando la necesitemos. Una alegría no se le niega a nadie.
Y más vale que la necesitamos. ¡Feliz Navidad!