¿Cuántos de ustedes duermen de día? ¿O cuántos se toman una siestecita mientras hay sol?
Si usted es uno de esos, mis respetos totales por lograr semejante hazaña.
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Hace unas semanas agregué ciertas responsabilidades a mi calendario, que a una persona normal lo tendrían tomando siesta a las 11 a. m., al menos por un rato, para seguir la jornada. Conozco gente que lo hace con tremenda maestría. Terminan, se van a dormir y se levantan súper fresh y súper productivos.
Lo he intentado y he fracasado en el intento. No sé si por mi mal dormir natural o, simplemente, por mala suerte. Generalmente, espero a que mi cuerpo y mi mente estén suficientemente cansados para cantar los himnos hasta el otro día. Eso también requiere de ciertas condiciones: como que haya oscuridad absoluta, no haber consumido nervios en la tele previo a decidir cerrar los ojos, no haber comido demasiado y que no haya ruidos. Con todo y esas condiciones, me tardo en dormir y me despierto con facilidad.
Así que esta siesta que todos me recomiendan para reponer el madrugón, para mí ha sido una pesadilla. La resistí con actividades alternas hasta que el cuerpo me pidió el descanso un buen día y decidí intentarlo. Ese día, todo conspiró contra mí. Ese día el trimmer no dejó de sonar mientras yo estuve en la casa. Ese día, los vecinos de abajo estaban de mudanza. Ese día el camión de la basura llegó dos veces y si hubiera un heladero en el vecindario también me habrían sonado los Payco para arruinarme la experiencia.
Me levanté ya resignada a continuar con la agenda del día. No tenía mucho sueño, pero sí bastante dolor de cabeza, y por qué no aceptarlo, bastante mal humor. Me bañé y seguí andando con un taladro en el cerebro.
La segunda vez que lo intenté me llamó al celular hasta mi marido, que nunca llama en horas laborables. Y usted dirá que la próxima vez lo apague. No puedo; ni por negocios ni porque tengo un hijo, y los imprevistos existen.
Yo no sé cómo tanta gente trabaja de noche y duerme de día. Es imposible conciliar el sueño, ignorar los imprevistos, luchar contra el trimmer, ignorar los Payco, apagar el celular, ir al baño, almorzar a las 9 a. m. Es una locura. Debe ser un acto contra la naturaleza. Si me ve bostezando, tenga piedad. Soy una especie de zombi, muy contenta con lo que hago, pero zombi. Y el malhumor, si tomo siesta, no se me quita ni con Snickers.