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Opinión: El concurso

Lea la opinión de Dennise Pérez

No soy misióloga ni tengo guille de eso. Sé poco de espectáculos, aunque los consumo con frecuencia y, como buena puertorriqueña, siempre estoy atenta a los concursos de todo tipo, incluidos, y con énfasis especial, los de canto y los de belleza.

Me vivo la novela. Leo todas las historias, me ilusionan los detalles más mínimos y me imagino siendo parte de esa película en algún rol. Creo que por eso los espectáculos y los concursos son tan populares aquí. La gente tiene necesidad de trama, de drama, de novela. Y no es asunto para juzgar.

Siempre hay quien argumenta que esos concursos son irreales, que no componen, que no aportan, que hay cosas más importantes que hacer, problemas más grandes por los que ocuparnos. Mi punto es que sí, tienen razón. ¿Y? Yo puedo vivir con ambas realidades, la de los problemas verdaderos, la crisis, la tragedia, la locura diaria. Puedo acostarme halándome los pelos porque la cosa está mala o puedo acostarme a ver un concurso que, de paso, transformará la vida de alguien. Cada loco con su tema. Eso no me hace banal ni tonta ni despreocupada social.

A ver. Aun con los pecados que se les atribuyen a estos concursos, en este último, tuve unas sorpresas muy agradables.

Por ejemplo, vi, en el caso de Venezuela, a una mujer completa, muy segura, y vocal, denunciando la falta de medicamentos en su país, elemento que muy poca gente recuerda hoy  porque entre el pelo, el traje y esa naricita somewhere made era difícil concentrarse. Lo denunció en un foro mundial. Guess what. Ni en la ONU hacen eso ya.

La de Gran Bretaña, una mujer que vio su sueño de ir a las Olimpiadas tronchado por una lesión y ha redirigido sus pasiones. Y la nuestra, Kiara, aunque sencilla, llevó un mensaje de la fortaleza de su gente y de su capacidad de resiliencia, enfocado en la experiencia de María. Luego de haber sido titulares en todo el mundo con la devastación del huracán, muchos volvieron a saber de Puerto Rico a través de una cara simpática.

Por primera vez en muchos años, puedo decir que, salvo una que otra pregunta, la mayoría fueron muy buenas y daban mucha oportunidad de decir cosas honestas y con sentido. Me encanta que se hayan alejado de las peticiones de paz mundial y de conocer al Dalai Lama. Yo también quiero eso, pero ya el cliché era demasiado. Ya era un chiste.

Otro que ya es un chiste es el asunto de los traductores. Soy rabiosa defensora de que cada cual hable en su idioma. Al fin y al cabo, eso es la máxima expresión de la representación, la lengua materna. Por supuesto que el dominio del inglés es una ventaja en la competencia, porque demuestra un dominio que te proyecta más completa, pero me da igual.

Ahora bien, los traductores de estos concursos tienen una manera de cambiar las contestaciones que ya viene siendo hora de que los cambien. Este año, la traductora, siempre vestida de negro y parada así, como mínima, tuvo unos desaciertitos. En el caso de Puerto Rico, tradujo empatía como sympathy. No era el fin del mundo ni cambiaba considerablemente el rumbo del desempeño, pero yo a los traductores estos les tengo siempre miedo. Siempre pienso si comieron, si durmieron, si están concentrados, si les duele la cabeza, si oyen bien.

Más allá de los concursos, y del desempeño adecuado de la nuestra, hay que premiar el esfuerzo, la pasión y el trabajo que nuestra querendona Denise Quiñones le dio a este estreno suyo como tenedora de la franquicia.

Denise es otro caso de una mujer marcada por este tipo de espectáculos, que de ser una nena linda y medio changuita cuando empezó, es ahora toda una profesional y una exitosa empresaria.

Falta un poco más por lograr en términos de darle una proyección más fuerte y de mayor conciencia social. Pero este año eso se salvó también con el reconocimiento a la candidata de España, primera transgénero en participar. Aunque mucha gente piensa que esa decisión fuera incorrecta.

La novela de los concursos es materia necesaria hasta cierto punto. Y no me digan que nunca soñaron con ser una miss.

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