La invitación para ofrecer la charla vino de una mujer que saca tiempo de su vida profesional y familiar para servir a su comunidad en el pueblo de Manatí. Quería llevarle apoyo a un grupo de mujeres que se reúnen semanalmente.
Escogimos el tema del perdón pensando que sería apropiado para el grupo. Lo que yo no sabía era cuán relevante era ese tema en la vida de esa mujer. No fue hasta que terminó la charla, o más bien el grupo de apoyo, que se acercó a contarme su historia.
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Me habló del carjacking que segó la vida de su esposo hace más de veinte años. Llevaban cuatro de ellos casados y doce de relación. En aquel momento, estaban ilusionados con la idea de buscar su primer hijo,pero la vida tenía otros planes. Si hubiese sobrevivido los disparos, posiblemente habría pasado el resto de su vida postrado en una cama. Ella experimentó todas las etapas del duelo: negación, coraje, dolor, hasta que, finalmente, logró aceptar.
Me confesó que, al igual que muchas personas en situaciones similares, se torturaba constantemente preguntándose: “¿Por qué a él? ¿Por qué a mí?”. Pero, aún después de saber que el asesino pasaría el resto de sus días en la cárcel, le faltaba paz. Su sanación llegó a través de su fe. Un día entró en la iglesia, se arrodilló, y le entregó a Dios su dolor y su ira. Soltó y dejó ir. Se dio cuenta de que cargar con ese coraje sería como morir lentamente ella también.
Y así pudo seguir viviendo. Hoy goza de una vida plena y feliz. Pero, en vez de quedarse con su sanación para ella sola, decidió compartirla, convirtiéndose en apoyo para otros. Es posible que ella no lo sepa, pero esa generosidad la ayuda a sanar todos los días un poquito más. Y yo te pregunto, ¿qué quieres hacer tú con tu coraje? Puedes escoger convertirlo en el lastre que siempre te impedirá avanzar, o transformarlo en el combustible que te empujará a cambiar el mundo una persona a la vez. Tú decides.