El viernes pasado, me tocó moderar la sesión en la que una delegación congresional escuchó a ciudadanos en el coliseo Roberto Clemente de San Juan. Eran miembros del Comité de Recursos Naturales de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, organismo que, en ese cuerpo legislativo federal, tiene jurisdicción primaria sobre los asuntos de Puerto Rico. Vinieron varios representantes, incluido su presidente, el legislador demócrata por Arizona Raúl Grijalva.
Fue una llamada, hace semanas, de la oficina congresional de Grijalva, la que provocó mi participación. Querían que les ayudara a facilitar el diálogo que pretendían tener con ciudadanos, en su primera actividad pública en la isla, antes de una serie de reuniones que concluyeron en La Fortaleza y la Junta de Control Fiscal. Querían escuchar a la gente como primer evento. Acepté, pues consideré que no suponía inconveniente alguno que ayudara a dos partes a sostener una conversación. Iluso yo. Aunque el objetivo se cumplió, todo quedó matizado por la guerrilla local que no nos deja despegar los pies del plato.
Desde el podio lo vi todo. Desde el podio vi mejor el problema. Desde el podio vi nuestra enfermedad. Desde el podio vi que la cura no está cerca.
Bastó con una simple introducción de los invitados para darme cuenta de que el interés de muchos no era hablar, sino mantenerse dando vueltas en el problema. Bastó ir presentando a los ciudadanos para que les hablaran a los congresistas, para darme cuenta del gran problema que enfrentamos. Es sencillo: no nos escuchamos los unos a los otros, no toleramos las visiones distintas, no debatimos con respeto, no buscamos soluciones o puntos medios, no escuchamos las opiniones diversas para, quizás, darnos cuenta de que algunas de las nuestras deben cambiar. En fin, no sabemos dialogar. Y me incluyo, no porque entienda que padezca de esos problemas, pero soy parte del país y, por ende, víctima de las consecuencias de esos defectos.
Desde el podio me di cuenta de que tampoco se trata de una intolerancia que, en algún momento, tuvo una base coherente y sensata. No, se trata simplemente de una gritería para entorpecer y molestar, al servicio del líder político que los convoca. Y los hay de todos los bandos.
Aquella noche, hablé con Grijalva y luego, al cabo de sus reuniones en Puerto Rico, el pasado lunes. Me contó de lo imposible que fue hablar de los problemas de los ciudadanos sin tener en la ecuación la estridencia política matizada por la venidera temporada electoral.
Mucha gente se me acercó tras el evento del viernes en la noche y me decían de lo avergonzado que estaban ante los congresistas. No, tampoco se trata de eso, porque la gente tiene derecho a protestar, más aún ante los representantes de la metrópoli. Pero lo que ocurrió tiene que ver con una pelea entre nosotros, y en la incapacidad que tienen muchos de escuchar, conversar y respetar.
Desde el podio me acordé de una canción de Fiel A La Vega titulada “Al frente”, que recuerda como en el pueblo “nos quedamos tirando piedras desde el balcón, maldiciendo los esquemas de capitales y de emblemas, discutiendo los teoremas sin una regla ni un compás, y cayendo, poco a poco, en la retórica del otro… de tal palo, tal astilla, y la astilla duele más”.
Tenemos que avanzar entre nosotros para resolver los problemas si de verdad queremos resolverlos. A veces, pienso que no, que muchos apasionados en sus trincheras se sienten más cómodos donde están.