Llevo casi un mes integrando a un grupo de cuidadores compuesto por familiares. Somos el apoyo para una tía quien ha estado hospitalizada durante varias semanas. En este proceso, ha pasado por muchas etapas, desde gravedad extrema hasta estabilidad casi total al nivel de hacernos pensar que estaría lista para irse a casa. Pero algo siempre se complica.
Todo el que ha sido cuidador sabe que la labor es retadora física y emocionalmente. La rutina se combina con la incertidumbre todos los días. Y el cansancio que nace de un esfuerzo genuino por cubrir eficientemente tantas bases nos drena enormemente. Y si a eso le sumamos el tener que lidiar con las diferencias que surgen entre familiares acerca de la toma de decisiones y manejos de crisis, hay momentos en que la cosa se pone bien difícil.
Saber negociar saludablemente es clave para la felicidad porque, aunque no nos percatemos, lo cierto es que vivimos negociando 24/7. Desde la diferencia con otro conductor en la carretera ante un cambio abrupto de carril hasta las opiniones acerca de posibles tratamientos médicos para una tía. Se negocia en la calle, en el trabajo, en las relaciones de pareja y en la familia. La experiencia me ha enseñado que la clave de una negociación en la que todos ganan está en tres elementos: saber escuchar; dejar el ego a un lado para trabajar desde la empatía, y enfocarse en un propósito común.
La principal responsabilidad de todo cuidador es con la persona a quien cuida. Mi tía, a pesar de tener setenta y seis años, es una mujer competente mental y emocionalmente, capaz de tomar sus propias decisiones. Hacerla parte de su proceso es importante para preservar su dignidad, aun cuando no estemos de acuerdo con sus decisiones. Al escuchar a los demás en consciencia plena, activamos la empatía y la humildad que nos ayudan a entender que nunca tenemos todas las respuestas. En estos días, cuando te toque negociar en lo grande o en lo pequeño, pregúntate si el querer ganar te está desviando de lo verdaderamente relevante en ese momento.