Nunca pensé presenciar lo que vivimos como colectivo. Lo reitero. Parece ser el caso que estamos viviendo tiempos en los que finalmente hemos comprendido que la ecuación de un sistema democrático está incompleta si se limita exclusivamente al proceso electoral. Que para vivir plenamente ese sistema político debe abrírsela la puerta al activismo social. De la activación de la voz ciudadana e incluso de la protesta como arma. Y eso, sin lugar a dudas, es un avance importante. El tiempo dirá si es permanente o temporero.
Sin embargo, resulta preciso dejar claro que nuestro sistema aún contiene fallas que nos hacen cuestionarlo. Y es que no puede llamarse enteramente democrático un territorio totalmente subordinado al poder de otro y, mucho menos, dirigido por un ente no electo por el voto ciudadano. Y esa, señores, sigue siendo la realidad del Puerto Rico de hoy.
Pero si nos concentramos en el escenario actual tras el ya bautizado “Verano del 19”, me luce que para que lo ocurrido tenga un efecto realmente duradero el alcance debe trascender la figura del gobernador Ricardo Rosselló. O, dicho de otra manera, ¿puede hablarse de un nuevo país (un nuevo “animal social” como le llama la amiga Ana Teresa Toro) si lo ocurrido comienza y termina con la salida del primer ejecutivo de su cargo? Me luce que la respuesta es no. Para que podamos hablar con propiedad de un país distinto es preciso comenzar a definir cuál y cómo es ese país que queremos. Antes del chat, las acusaciones federales y los informes de empleados fantasmas que llevaron a la ira a miles de puertorriqueños, nuestra agenda de país estaba ocupada por una interminable lista de cuestionamientos.
No puede hablarse de un nuevo país si no comenzamos a construirlo. Para empezar, debemos preguntarnos cuál es el país que tenemos hoy y qué de eso que tenemos queremos retener o modificar. Antes del chat, la isla luchaba por ofrecer servicios médicos eficientes con un modelo que ha probado ser ineficiente. Un sistema deficitario que sobrevive solo gracias a las aportaciones federales, que tiene múltiples intermediarios y en el que personas sin preparación médica sentadas detrás de una tabla de Excel deciden si un paciente tendrá o no acceso a servicios de salud. ¿Es eso lo que queremos?
Antes del chat Puerto Rico contaba con un sistema educativo en decadencia, con cientos de escuelas cerradas, un currículo cuestionado por alejarse en ocasiones de la realidad histórico-cultural de los ciudadanos a los que sirve.
Un monstruo burocrático e ineficiente en el manejo del dinero. Un sistema que no incluía en su visión pedagógica la equidad entre hombres y mujeres. ¿Es ese el departamento que queremos?
Antes del chat mirábamos con preocupación el recorte de fondos de nuestra universidad pública. Seguíamos sin auditar la deuda, veíamos de frente el fracaso del modelo anticrimen y parecíamos inmunes a la racha de muertes por violencia de género. ¿Es eso a lo que aspiramos? ¿Aspiramos a perpetuar el modelo municipal que parece a punto de colapsar? ¿Queremos seguir batallando con las calamidades de un sistema incapaz de satisfacer las necesidades alimentarias de la población? ¿Queremos pasar una década más sin definir qué tipo de modelo económico queremos? ¿Acaso nos conformamos con seguir con el actual modelo político?
La refundación del país ha ganado importantes pasos con la creciente activación ciudadana, pero los gritos de “Ricky Renuncia” que inundaron cada esquina de la isla habrán servido de muy poco si esa energía vibrante que se respira en esas mismas esquinas no es canalizada para impulsar una verdadera redefinición de lo que somos y lo que queremos ser.
A enrollarse las mangas.