Una de mis mejores amigas es evangélica y ya hasta ha comenzado a predicar en su iglesia. Otra es católica, apostólica y romana, a ley de un empujón para Madre Teresa de Calcuta. Yo soy budista. Nunca hemos tenido una diferencia en cuanto a nuestra fe o prácticas religiosas. Nos respetamos y amamos profundamente.
Por eso me da tanta pena lo que está ocurriendo en estos momentos con amistades y familiares distanciándose a raíz de la situación tan difícil que está viviendo el país. Muchos dirán que es lo mismo que ocurre cada cuatro años en elecciones, pero no, no es lo mismo. Ya en época de elecciones uno sabe quien es de qué y, aunque siempre hay discusiones, hasta nos reímos de nuestras diferencias.
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En estos momentos históricos e histéricos, los sentimientos de un pueblo herido han llevado, por un lado, a una unidad sin precedentes, y por el otro a una polarización extrema que inevitablemente está causando heridas profundas. Hasta a mí me ha caído mi agüita por cosas que he publicado en las redes sociales. Alguien me llegó a decir que me limitara a los mensajes motivacionales y no entrara en política. Nunca contesté porque tiendo a no hacerlo ante comentarios como ese. Pero otras personas sí le contestaron y se formó tremendo titingó en mi propia página. Inhalo y exhalo.
Este pasado domingo organicé junto a unas amigas una actividad en la Plaza de Armas del Viejo San Juan para sanar y celebrar. Se convirtió en una especie de grupo de apoyo en el cual se habló de lo que estamos sintiendo además de enviar luz a nuestra isla y a las mentes de aquellos que tienen en sus manos nuestro futuro. Salieron emociones como el coraje y la ansiedad mezcladas con orgullo patrio y agradecimiento.
Recordemos que cada persona tiene su librito, y va a interpretar lo que ocurre a través de su cristal. No sacrifiquemos aquello que importa por diferencias en opiniones. No perdamos de perspectiva que los gobernantes van y vienen, pero las relaciones significativas deben ser para toda la vida.