Este verano ha traído lo que parecen ser cambios importantes en el comportamiento de los ciudadanos. Hay que entenderlo: el cambio ha nacido del hastío.
El primer empujón parece haber sido el trauma por la destrucción de los huracanes Irma y María. Antes que eso, los años de desilusión ante los bofetones recibidos por el colectivo a manos de miembros del Gobierno y la clase política: malos manejos por un lado; abuso del partidismo por el otro; y en medio, corrupción, hurto de dinero público, mala administración de los bienes comunes. Pero el puntillazo final tiene que haber sido el contenido de ese chat que pareció ser una suerte de radiografía del desdén con el que, detrás de la puerta, nos trataban los principales rostros del Gobierno.
Y así, el “Verano del 19” nos reveló distintos: combativos y con poco aguante. Hartos de poner la otra mejilla o, en su defecto, de seguir las normas históricas de ese partidismo descarado en el que solo vale quien pertenece a “mi tribu” y el resto a “los restos”.
Esas son las reglas de juego que le ha tocado a la gobernadora Wanda Vázquez. La mujer que —sin los artilugios de la campaña electoral tradicional— llegó a La Fortaleza.
Vázquez arriba como producto directo del ordenamiento legal, y no como criatura del partidismo. Y está ante un gran reto: gobernar ante la mirada de todo el país; por un lado, con el pueblo ávido de un cambio de estilo, y por el otro, con su contraparte , los oficiales electos, que —a menos que con la manifestacion hayan entendido los cambios de las últimas semanas— procurarán arrastrarla al partidismo de siempre: el de las intrigas, el cálculo para el beneficio personal o partidista antes que el colectivo, el del “todo pa’ los míos y nada pa’ los otros”, el de las victorias electorales sin propósito común versus el propósito común como valor principalísimo, el de lo mismo de siempre, el de la raíz del hastío.
Wanda deberá decidir qué juego jugar. Al final del camino, el saldo de ese juego será el que nos diga quién entendió los fundamentos del reclamo del pueblo y quién no. Porque lo ocurrido es mucho más que el pedido de renuncia a una figura política. Es, en definitiva, una exigencia de renuncia al fanguero en el que se ha convertido el partidismo y su brazo gubernamental. Ya veremos quién, de verdad, ha logrado salir del lodo.