Cualquier ser humano, independientemente de su inteligencia, puede entender cuando se burlan de él o ella.
Casi todos comprendemos la burla instantáneamente, hasta los niños, y podemos reaccionar heridos o, incluso, de manera violenta. La burla es, después de todo, pisotear nuestra más íntima fibra de dignidad.
“Sentirse burlado es una emoción o comportamiento primitivo, y por tanto, visceral. Por eso, hay una respuesta tan fuerte en comparación con temas esotéricos”, me comentó el Dr. Alejandro L. Acevedo, al conversar sobre cómo analizar, desde el punto de vista de su especialidad en siquiatría y comportamiento humano, lo que vivimos colectivamente como pueblo durante este verano de 2019.
“Sentir que uno es objeto de burla provoca vergüenza. Y la vergüenza es una emoción que provoca respuestas defensivas. Subconscientemente, el individuo se siente amenazado o, cuando menos, en alerta cuando se burlan de él”, agregó el Dr. Acevedo.
Es comprensible, desde la perspectiva sicológica, que muchos puertorriqueños quieran “pasar la página” y regresar a sus rutinas y a una especie de orden. Es drenante vivir bajo una nube de incertidumbre constante. Hay quien puede pensar —quizás con algo de razón — que no existe ya propósito en seguir abonando sobre las consecuencias del chat. Para ellos, este asunto es, como diría Tite Curet, un periódico de ayer, y tenemos que mirar hacia adelante.
Pero comprender lo sucedido es esencial, y saludable, tanto para los pueblos como para los individuos. Mirar al pasado reciente y analizarlo para intentar mejorar de cara al futuro es una de las pocas cosas que nos diferencia de otras especies de animales.
Esta dicotomía —si examinar con detenimiento el pasado o “pasar la página” y mirar hacia el futuro— no es endémico de Puerto Rico. Alemania todavía debate si el Holocausto y el régimen nazi de hace 85 años deben ocupar el imaginario público de forma tan prominente. Argentina lucha con el recuerdo de su junta militar y sus desaparecidos. Ruanda vive tratando de sanar de la guerra civil que dejó a cientos de miles de muertos a machetazos en 1994. Sudáfrica tiene el recuerdo de su apartheid, y Estados Unidos cuenta con su pecado original: la esclavitud.
En todos esos casos históricos, la burla y la marginación, llevadas a su máxima expresión, fueron el denominador común. Las burlas contra los judíos, los negros, los comunistas o los tutsis, convertidas en políticas públicas con manto oficialista, provocaron guerras civiles y hasta mundiales.
Aquí, gracias a Dios, el pueblo repudió la burla y a los burlones en apenas 12 días, sin un solo disparo.
El pueblo de Puerto Rico repudia muchas cosas de su Gobierno: la mediocridad de sus funcionarios, la falta de sensibilidad hacia los más vulnerables, y hasta la corrupción. Pero, para bien o para mal, las tolera y, a veces, hasta las justifica. Ya sabemos, sin embargo, cuál es el límite no negociable. Ya sabemos cuál es el punto de no retorno para el pueblo de Puerto Rico como colectivo. Ya sabemos que, aunque quizás somos algo dóciles, como decía Pedreira, o aguantones, hay algo que no estamos dispuestos a tolerar ni justificar: la burla.
“Esto de la burla tiene que ver con dinámicas sociales. El sentirte marginalizado de un grupo, por ser objeto de burla, va en contra de la supervivencia de un primate o de un humano, y por eso está entronizado en nuestra composición genética y social el rechazar contundentemente ser objeto de burla”, agregó el Dr. Acevedo. “Desde una perspectiva de evolución biológica, lo que sucedió colectivamente este verano en Puerto Rico tiene todo el sentido del mundo”.