Desde hace varios meses, he estado sintiendo una molestia en las manos que traté de ignorar hasta que pasó de ser molestia a convertirse en dolor intenso y, a veces, incapacitante. El síndrome del túnel carpiano (o carpal) llegó a mi vida como producto de no cuidar la posición de mis manos al escribir en la laptop y las fuerzas que, posiblemente, tuve que hacer durante los meses que formé parte del grupo de cuidadoras de una tía enferma.
La condición me llevó a una evaluación y tratamiento intensivo con mis quiroprácticos, lo cual, aunque no necesariamente ayude con la inflamación de las manos, sí me llevó a descubrir el festival de nervios pillados que tengo en la espina dorsal y que, a la larga, me habría causado muchísimos problemas. Así que no hay mal que por bien no venga.
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El dolor y la tensión en las manos y muñecas ha sido por momentos intenso, y aunque ya he descubierto cómo aliviarlo, he buscado integrarlo a la práctica del ir
r, o presencia mental, que tanto predico. Me refiero a buscar traer la mente al momento presente, a lo que se está viviendo, aun cuando sea doloroso.
Estar presente con mi dolor me ha ayudado a ser más empática con las tantas personas que viven con dolor crónico. Mientras el mío va y viene, trato de respirarlo e imaginar cómo sería sentirlo todo el tiempo. He descubierto también que el dolor nos roba la energía y las ganas. Te cansas de solo sentirlo porque todo te cuesta el doble, así que no queda más remedio que desarrollar la paciencia para lidiar con tu limitación.
Pero, sobre todo, el dolor me ha ayudado a apreciar más cada minuto libre de él. Cuando de repente mis manos se sienten relajadas, flexibles y fuertes, me concentro en ese momento de paz, lo respiro, y doy gracias. Vivir presentes con el dolor, sea físico o emocional, siempre nos va a ayudar a descubrir las lecciones que esconde esa experiencia. Te invito a que utilices las tuyas para crecer en paciencia, empatía y agradecimiento.