Hay estadistas y hay estadistas.
Este sector ideológico tiene varias vertientes. Está la persona que cree en la estadidad como principal opción descolonizadora para Puerto Rico, pero no es fanático, que puede analizar las cosas en frío, que le reconoce virtudes y defectos a la estadidad, como los tienen todas las ideologías. Sabe que la estadidad no es el Espíritu Santo ideológico, esa concepción pura y casta vestida de blanco sin imperfecciones. Ahora, desde mi punto de vista y en ese aspecto, mucho menos lo es la libre asociación, la independencia o el Estado Libre Asociado. Ese estadista suele ser primero puertorriqueño y defiende la puertorriqueñidad.
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De otra parte, está el estadista ciego, que cada vez que le dicen que la estadidad está más cerca que nunca, comienza a temblar de la emoción cayendo de rodillas, con lágrimas en sus ojos y levantando sus manos al cielo porque, de solo escucharlo, ya le da el olor. No cuestiona nada de la estadidad porque eso sería blasfemia, porque así lo dicen sus líderes y eso es “palabra de Dios, te alabamos Señor”. Por lo general, ese estadista suele tener menos educación, capacidad analítica, criterio propio ni malicia, por lo que, hasta los propios suyos lo cogen… Le apesta la puertorriqueñidad porque sentirse puertorriqueño no es compatible con ser ciudadano estadounidense.
Finalmente, está el “estadista” cuya causa ideológica es más el medio para alcanzar el fin: ganar elecciones. Ese coge a los suyos de… y sabe que los está cogiendo. Dice ser y sentirse puertorriqueño, pero al mismo tiempo proyecta apatía a los sectores que más dicen representar la puertorriqueñidad porque esos sectores utilizan dicho concepto puertorriqueñista para establecer que una cosa es incompatible con la otra. Con más trucos que el cinturón de Batman, este estadista se vale de cualquier estrategia, aunque sea absurda, para utilizar el ideal con la sola intención de llevar electores a las urnas el día de las elecciones…, o sea, cogerlos de nuevo.
Entre los muchos asuntos que se discuten en estos días sobre la reforma electoral, está el de mandar a hacer una papeleta para votar simbólicamente por el presidente de los Estados Unidos. ¿En serio? ¿Es eso ser estadista? ¿Malgastar cientos de miles de dólares en una papeleta simbólica? ¿Con eso les damos un ejemplo a los 50 estados y a Washington D. C. de que somos unos cocorocos administrando sabiamente el dinero público? El mensaje que envía ese estadista es que aquí no aprendemos, que botamos, seguimos botando y botaremos dinero público porque es nuestra naturaleza, porque no importa cuán profunda sea la crisis, estos “estadistas” no pueden resistir la tentación de botar fondos públicos, no de sus bolsillos, ¡del pueblo! Ese es el estadista que más daño le hace a la estadidad.
Señores, ¡SIMBÓLICAMENTE! O sea, usted que me lee, va a ir a votar por el candidato a presidente de Estados Unidos y ese voto servirá para nada porque su voto no contará. Los líderes del Partido Nuevo Progresista no son solo los peores enemigos de la colectividad, son los peores enemigos de la estadidad. No se toman en serio la opción ideológica que juran defender, no valoran la estadidad y, como les digo, solo la usan para llevarlos a las urnas, lo cogen de nuevo y se sientan a esperar que llegue el próximo ciclo electoral para ver cómo lo cogen una vez más.
El desencanto del electorado puertorriqueño con nuestra clase política crece cada vez más, y estando el PNP en el poder, pues les toca ellos recibir en este momento, por sus propios actos, la desconfianza mayor. Por eso, la idea de meter un plebiscito el día de las elecciones: para sacar a su gente desencantada a votar. No obstante, parece que se percataron de que están leídos en eso de coger de… a los propios de ellos, a los estadistas.
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En 1998, bajo la gobernación de Pedro Rosselló, juraron que la estadidad había ganado el plebiscito y que “¡ahora sí es que es!”. Bendito, recuerdo ver por televisión a Rosselló declarando la llegada de la estadidad y a Jorge Santini, emocionado, detrás del entonces gobernador, con sus manos al cielo y sus ojos brillosos, aguados, como si le fueran a salir las lágrimas, agradeciendo que por fin llegaba la estadidad. Van 21 años de ese espectáculo, pero hoy sí que “está más cerca que nunca”, ¿no? En el 2012, Luis Fortuño, para llevar estadistas a las urnas a votar por él como gobernador, metió un plebiscito el día de las elecciones en el que la estadidad obtuvo el 61 %, según fue diseñado el evento. Ocho años después, ¿dónde esta la estadidad?
Durante este cuatrienio, hemos botado la bola inventando 20 formas de “acercar” la estadidad. Que el plan Tenesí, que si la incorporación, que si plebiscito estadidad sí o no, que si una ley que, al firmarla, obliga la estadidad en 90 días. Están leídos y el pueblo se percata. Por eso, me sospecho que ahora meten que van a poder votar por el presidente de Estados Unidos, con la esperanza de que el estadista no se quede en su casa.
Sí, hay sectores en Estados Unidos que no desean que la isla se convierta en estado. Eso no debe ser razón para abandonar el ideal porque, como digo, son sectores. Hay otros sectores que sí la respaldan. No obstante, es muy difícil contrarrestar a esos que se oponen comportándonos como niños malcriados que malgastan el dinero del pueblo. La estadidad se pide con procesos serios, con personas adultas, no con chiquilladas ni cogiendo a los estadistas de pendejos… otra vez.