Una masacre. Un niño violado por su tío y una infante golpeada por su madre. Un asesinato en Río Piedras. Un agente arrollado en Barceloneta al final de una persecución de policías a una caravana de motociclistas.
La lista de incidentes violentos que tuvieron lugar este pasado fin de semana es extenuante. Quizá porque contrasta con ese silencio casi idílico que dominó casi por completo la reseña de noticias policiacas durante los dos meses desde que se estableció localmente el toque de queda.
Ha sido tan amplia la avalancha de noticias que vuelven a traer a nuestra atención el antes eterno tema de la violencia y el crimen, que la sorpresa podría confundirnos hasta llegar a pensar que antes después del COVID 19 la isla había recuperado milagrosamente la calma perdida.
Esa calma no parece ser otra cosa que un espejismo. En algunos casos, el crimen -como el virus- no desapareció sino que quedó aislado por el encierro forzoso. Como pocas cosas, el miedo es un elemento unificador que no distingue entre ciudadanos.
Usted sintió miedo de contagiarse y el delincuente también. Pero ahora, con las medidas de restricción suavizadas usted sale a la calle, y el delincuente también. No porque la liberalización provoque delincuencia, sino porque esa delincuencia que hoy parece novel, no es otra cosa sino la continuidad con nuestra “normalidad”.
La reconfirmación de que hace décadas vivimos en un país violento.
Hay renglones que parecerían casi nos engañan porque parecen mostrar una irrefutable disminución que muchos atribuiríamos al encierro. Por ejemplo, las querellas de maltrato a menores. Una mirada inicial a los números nos dice que los casos de maltrato disminuyeron en el periodo del 15 de marzo al 23 de mayo. Según datos del Departamento de la Familia, durante esa fecha -que coincide con el encierro de la órden ejecutiva- Familia recibió 1,367 referidos de maltrato a menores. Parecería poco si se compara con el mismo periodo en 2019 durante el cual se reportaron 1,956 querellas más (3,323).
Pero para Glenda Gerena, subadministradora de la Admninistración de Famililas y Niños, esa aparente reducción podría ser solo un espejismo atribuible a que, con un país encerrado, los apoyo sociales que de ordinario reportan estos casos (maestros, trabajadores sociales, vecinos, familiares) no se enteraban de los casos y, por lo mismo, las querellas disminuyeron.
Así que seamos cautelosos con nuestra sorpresa ante la aparentemente “novedosa”incidencia criminal que comienza a resurgir con la reapertura.
Mejor hagamos memoria. Recordemos cuál fue el país que cerró hace dos meses. Al hacerlo invevitablemente llegaremos a la conclusión de que esa violencia que hoy parece nueva quizá solo estuvo contenida.
Nunca vencida, por cuanto nuestras estrategias para atenderla hasta antes del toque de queda habían indudablemente fracasado.