Un periodista arrestado y esposado mientras transmitía la protesta en Minneapolis. Más de cien agresiones directas a comunicadores con balas de goma. Dispersión de gases lacrimógeneos contra la multitud mientras una envase del potente químico atraviesa el lente de la cámara de un fotoperiodista. Ataques inexplicables contra personas que hacen su trabajo durante la protesta por la muerte de George Floyd. Ráfagas de insultos, burlas y la negación a contestar preguntas del presidente de Estados Unidos Donald Trump. Daños importantes al edificio de un medio de comunicación internacional provoca que Trump publique un tuit irónico: “”En un giro irónico, la sede de CNN es atacada por los mismos saqueadores que ha promovido como nobles y justos. Oops”. Luego reaparece con la biblia en mano pero tomada al revés frente a una iglesia. Escenas grotescas y burlescas con connotaciones teatrales.
Los incidentes mencionados podrían están cargados de racismo, discriminación, xenofobia y violaciones a los derechos constitucionales.
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Aunque los periodistas estamos acostumbrados a recibir golpes e insultos tanto el lenguaje utilizado por Trump, las agresiones promueven más violencia contra nuestro sector laboral. La prensa no es el enemigo del pueblo. Pero nada de ello es comparable con las imágenes perturbadoras de la muerte de Floyd. Ello no tiene discusión. Observar como era asfixiado e inmovilizado el hombre mientras suplicaba y llamaba a su madre es desgarrador. La clasificación del delito obviando el homicidio nos dejó perplejos. Que hayan ignorado como un policía le clavaba la rodilla en el cuello mientras otros oficiales lo inmovilizaban con violencia nos hace recordar que precisamente el país que se vanagloria de cumplir sueños, respetar la libertad y defender la democracia es el verdadero opresor. Como seres humanos lamentamos y nos duele la muerte sin sentido de Floyd. Es el ejemplo actual del racismo que permea. Lo peor es que va en aumento en complicidad.
Los medios de comunicación tienen la obligación de publicar los hechos aunque nos duelan las imágenes. Los periodistas tienen el deber de preguntar porqué los policías actuaron de esa manera. Se deben entrevistar a todas las partes y difundir todas las versiones para promover la opinión pública. Aunque los periodistas no son parte de la noticia hay que asegurarse que la investigación por el fallecimiento de Floyd sea transparente, independiente y justa. Denunciar la violencia contra los medios de comunicación es importante también porque coloca en evidencia el estatus de la democracia del país donde ocurren los hechos. Cumplir con los valores del periodismo en las escenas noticiosas cada día es más difícil por las circunstancias pero a pesar de ello hay que hacerlo. A medida que aumentan los focos de protesta por la muerte de Floyd también crece el odio contra los que dicen lo que pasó. Decir la verdad siempre ha sido peligroso para el periodista pero es su deber. En esta coyuntura la prensa tiene en sus manos un momento importante para educar sobre la libertad de información y el papel de salvaguardas de los derechos constitucionales. La violación de derechos contra Floyd no es diferente a la que cada uno sufrimos en cada ocasión que los gobiernos colocan primero sus intereses en contra de los constituyentes. Los ataques a la prensa por parte de la policía y de algunos manifestantes son ilegales y dificultan el deber del periodista de mantener informado al mundo. Cuando estas agresiones ocurren son las graves consecuencias de los discursos de odio que se ofrecen desde las altas esferas de la Casa Blanca. Los periodistas son esenciales para garantizar la democracia denigrar su función es negar la libertad de prensa.