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Opinión de Alejandro J. Figueroa: ¿Por qué temen al debate?

Lea la columna de Alejandro J. Figueroa

Según el diccionario de la Real Academia Española, la palabra “debatir” tiene dos acepciones: 1. Dicho de dos o más personas: Discutir un tema con opiniones diferentes. 2. Luchar o combatir.

La primera acepción puede ampliarse, de acuerdo a lo que se señala en diversos libros sobre oratoria: “El debate es un acto de comunicación que consiste en la discusión de un tema polémico entre dos o más personas, tiene un carácter argumentativo, está dirigido generalmente por una persona que asume el rol de moderador para que de este modo todos los participantes en el debate tengan garantizada la formulación de su opinión y, aunque no se trata de una disputa que busca un ganador, sino más bien de poder conocer las distintas posturas sobre un determinado tema, normalmente, siempre se habla de quién lo ha ganado”.

Todos sabemos, o deberíamos, que debatir es esencial en procesos electorales democráticos, pues ayuda a la ciudadanía a conocer mejor a los candidatos y por ende a tomar una decisión informada de camino a las urnas. Por eso, el líder que exhibe demasiado temor a esa prueba pública puede perder más por incomparecencia que cometiendo un error en pantalla.

¿Qué clase de temores son los que atenazan a nuestros políticos y les impiden mostrarse tal como realmente son? ¿Por qué tanta excusa para evitar algo tan natural en democracia como es la confrontación de ideas? ¿Y por qué tengo la sensación de que en piensan que el pueblo es tonto y que no se da cuenta de las verdaderas razones para evadir los debates?

Temen el debate, huyen del mismo, acostumbrados como han estado siempre a descansar en discursos escritos por terceros, documentos que simplemente son leídos pero no interiorizados en modo alguno. Y ¿que es lo que temen en verdad? A no poder presentar con claridad y consistencia ideas, formación y pensamiento propio. Me consta que hay un candidato, sobre todo, que las tiene. Que es capaz de pensar, que es generoso en ese pensamiento, que reflexiona, que integra, que ve más allá del cortoplacismo inmediato de quién solo piensa en ganar.

Por eso no rehúyen al debate. Porque no hay substancia que debatir más que lo genérico, las frases hechas, las consignas de consumo o las sonrisas grandilocuentes, pero sin hilvanar ideas sólidas, concisas, claras y aplicables. Ideas claras, fácilmente llevadas a la práctica.

Mal nos va si permitimos que los candidatos aparezcan en una papeleta sin haberse presentado para un debate. Terrible el precedente que sentamos si pasamos por alto la importancia de debatir las ideas y poder rebatir las opiniones de los contrincantes. Tenemos el deber como pueblo de exigir el debate entre aquellos que pretenden dirigir los destinos de nuestra Isla. Y más aún, tenemos la obligación de valorar a quién tiene ideas y más si las mismas son sensatas. Hay un candidato, que las alberga y está listo para presentarlas y debatirlas públicamente ante todo Puerto Rico, mientras que otros rehúyen dar cara y presentarse tal cual son sin libretos ni montajes.

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