Como sucede de un tiempo a esta parte, el tema del “género”, la “perspectiva de género” y la “equidad de género” se convierten en tema de amplia discusión en medio del proceso electoral. Pero intuyo que, como ha sido el caso hasta ahora, el tema volver a palidecer después que se conozca el balance entre ganadores y perdedores en noviembre. Ojalá me equivoque.
En lo que a mí respecta, el asunto es un tema que me preocupa. Por eso en mi casa se habla. Y también lo hacemos públicamente porque me parece que las intersecciones del tema con la “masculinidad” y la “paternidad” son hoy tema imperativo ante los grandes retos que enfrentamos nosotros y que, si no actuamos, heredaremos irresueltos a generaciones como la de mi hija. Para ella no aspiro a otra cosa menos que un país más justo en el que el ser mujer no sea un freno para la plenitud de su potencial y felicidad. Por eso, el asunto del “género” no puede ser sólo un tema de mujeres. El “género” es –tiene que serlo- un asunto de hombres y de la manera en que se construyen nuestras “masculinidades”. Porque ser mujer y ser hombre –no hablo de la genitalia ni de la orientación sexual. Esa es harina de otro costal- es un asunto que se construye. Desde que nacemos se nos enseña qué cosas son “compatibles” o “exógenas” a lo que somos. Y eso va condicionándonos. O acaso, ¿Cómo cree usted que se “decidieron” los roles de padres y madres en el proceso de crianza? Nuestra construcción de género (porque ya tenemos una, bastante cuestionable) establece que, en el proceso de crianza, el hombre ejerce un rol poco mayor al de un “padrote” que “preña” (así, como suena) y luego busca de comer. Un rol de semental y proveedor de la prole, sin mayores responsabilidades afectivas. Eso de dar amor, e incluso tomar decisiones sobre la educación e intereses de los hijos es un asunto de mujeres; eso le compete a mamá. Lo he discutido en múltiples ocasiones con hombres de mi generación que son padres. Desde que se conoce del acontecimiento familiar, el entorno comienza a “recordarnos” nuestros roles. ¿Los del hombre? Comprar, pintar, amueblar, taladrar. Más tarde “ayudar” a mamá en sus “responsabilidades”. ¿Cuáles? Cuidar, cargar, cambiar, alimentar y amar a los recién llegados a la familia. Yo, insistentemente –incluso a mi esposa inicialmente- he reiterado que los papás no “ayudamos” sino que los derechos y las responsabilidad de padres y madres en el proceso de crianza son compartidos. Que si mamá cambia el pañal, nada impide que yo también lo haga. Que papá disciplina, pero mamá también, en igualdad de jerarquía. En los hogares no “manda el macho” y “la hembra obedece”. Pero nuestra construcción de género –la que ya tenemos- dice que sí. En esa construcción que hemos decidido levantar para sustituir la imperante, las decisiones sobre la educación de los niños y niñas se decide en conjunto y , en esa dinámica, el rol del padre no puede ser –me resisto a que así sea- sólo el de asentir con un “sí, mi amor” en esa toma de decisiones. Pero así se han definido nuestros roles de género y el Estado los perpetúa con políticas públicas que colocan sobre las madres el proceso y la responsabilidad de la crianza. Si no, ¿Cómo se explica que exista una licencia de maternidad pero que al día de hoy la idea de la licencia de paternidad sea vista como una “changuería” o un asunto sin importancia? Nuestra construcción de género ha decidido que los padres no tenemos “vela en el entierro” del apego inicial y la llegada al hogar de los pequeños de la familia. Por eso, el asunto de género tiene que ser un asunto de hombres.
Lo mismo ocurre en el escenario de los tribunales. No es un tema “sexy”, pero nuestra construcción de género hace mucho ha decidido que padres y madres no son “iguales” en procesos de custodia y que los niños siempre están “mejor con mamá”, aún cuando papá tenga no solo el interés sino los requerimientos afectivos y de estabilidad para ganar la custodia de los menores en casos de divorcio. En los tribunales -se diga o no, se acepte o no- impera una construcción de género machista en la que la responsabilidad de la crianza se coloca sobre los hombros de las mujeres en detrimento de ellas y de los padres que anhelan igualdad de condiciones en las batallas de custodia. Los hombres partimos con desventaja en casos de custodia y ese asunto, vinculado a la discusión de género es, indudablemente, un asunto de hombres. Lo es también cuando vemos como “chiste” los casos en los que hombres deciden denunciar a sus parejas por Ley 54 o cuando pensamos que son “vividores” cuando piden pensiones a sus ex parejas mujeres o como “débiles” a aquellos que se quedan en casa a cuidar de los hijos porque su esposa gana más dinero y puede encargarse de mantener económicamente el hogar. Todas esas instancias nos confirman que en el caso de las construcciones de género, conviene comenzar a desaprender. A deconstruir. A derrumbar las piezas para empezar de nuevo con un juego más justo.