Siempre he creído que es necesario caminar y masticar a la vez. Ya sabe. Esa frase popular que no quiere decir otra cosa que las personas no somos seres lineales y que la vida nos coloca constantemente en la necesidad de dividir nuestra atención para atender diversos temas, todos importantes. Puerto Rico se juega mucho sobre nuestra capacidad de atender, como país, los múltiples problemas que nos ha tocado enfrentar. Porque durante años la premisa ha sido ignorarlos. Barrerlos debajo de la alfombra porque “ya vendrá alguien que los atienda”. Entonces, se han hecho grandes, ahí debajo escondidos. Añejandose a la sombra sin mayor atención. Ahora los problemas son insostenibles aunque hayamos preferido ignorarlos. En las pasadas semanas nos hemos centrado, con razón, en la exigencia de que el Gobierno tome en serio el tema de la violencia de género. Que declare un estado de emergencia y comience a tomar el asunto con la seriedad que amerita. A mi no deja de sorprenderme el desinterés de la oficialidad. Esa que solo reacciona a empujones. Que levanta bandera solo luego de una crisis de opinión pública y que se mueve a la acción sólo como reacción. Bajo esa lógica, la racha de asesinatos y desapariciones de mujeres recientes ha hecho que el Gobierno recuerde que iniciativas como la “Alerta Rosa” solo existía en papel y que ninguna agencia había movido un dedo para convertir en realidad el estado de alerta decretado. Ahora, tras una nueva marcha y una nueva ronda de declaraciones públicas, el Estado se vuelve a mover, ya veremos en qué dirección.
Pero la agenda está llena de problemas irresueltos a los que ya conviene mirar con atención. El Estado aún no ha movido un dedo para atender otro de nuestros grandes problemas: el crimen asociado al narcotráfico. Y creo que no lo hace porque, como colectivo, estamos inmunizados. Aunque a diario mueren múltiples personas, en su mayoría hombres jóvenes, como producto de ese negocio ilegal, la frecuencia de los fallecimientos es tanta que ya no nos causa sorpresa. Si los delitos por violencia de género tienen como blanco a la mujer, el narco en su mayor parte se lleva las vidas de jovencitos. De hombres que apenas rozan la adultez. Usted lo sabe. ¿Cuántos hombres de entre 18 a 35 años mueren cada semana en circunstancias que pocas veces son resueltas? Usted lo ha escuchado. En la mayoría de los casos, la teoría de la policía coloca como teoría detrás de esos crímenes el bajo mundo. Pero hemos dejado de escuchar. Uno de los casos más recientes, el de la desaparición de Nomar Pérez Santana, es uno de esos ejemplos. Durante años hemos conocido a muchos “Nomar”. Un joven de un entorno familiar complicado, sin madre y con padre en paradero desconocido, criado por sus abuelos, que no completa la escuela y cae en el mundo de las drogas como traficante, como usuario o como ambos. Ese perfil nos ha quitado miles de hombres jóvenes en las últimas décadas. Pero ya no nos importa. Según la Policía, hasta el 24 de septiembre 46 hombres y seis varones adolescentes estaban en paradero desconocido. Y en muchos de esos casos se sospecha algún vínculo con el narco. Pero pocos presentan propuestas sensatas para atender ese problema. Por eso ya soy poco tolerante a las propuestas vacías con frases genéricas. De esas que proponen “acabar” con esto “erradicar” aquello, “aumentar” unas cosas y “reducir” otras sin explicarnos cómo. Todos los candidatos están en contra del crimen. Pero no es suficiente. Hacen falta propuestas específicas. Sí, la Junta de Control Fiscal ha descartado la seguridad de la isla al poner peros al reclutamiento de nuevos policías y a otorgarle nuevos recursos. !A penas hay policías! Pero el problema del crimen asociado al narco es mucho más complicado de lo que podría ser enfrentado exclusivamente con más balas, más chalecos y más patrullas. El delito vinculado al narco parte de la desigualdad. Porque para muchos supone acceso al dinero que no puede conseguirse desde la economía formal o el progreso que puede ser facilitado con el éxito académico. Probado está que países en los que aumenta la desigualdad social se experimentan aumentos en sus niveles de violencia y se convierten en caldo de cultivo para que el narco gane terreno. Los países que han tenido éxito venciendo el narco no lo han conseguido siguiendo los preceptos de la “lucha contra las drogas”que se ha perdido desde la década de 1970. Lo han tenido re-incentivando sus economías y atacando el narco como modelo económico, al reducir la demanda ilegal. A la luz está lo ocurrido en países como Portugal u Holanda. Pero para allá no queremos mirar. En nuestra lógica colectiva esos modelos son ofensivos e inmorales. Por lo visto más que seguir viendo cómo se nos mueren cientos mientras seguimos ignorando las soluciones. Porque en nuestra lógica colectiva parecería mejor negocios hacernos de la vista larga que empujar en la dirección de nuevos enfoques para problemas viejos. Si ya sabemos lo que ha funcionado, ¿por qué seguimos tropezando con la misma piedra? Ya va tocando sacarla del camino para poder avanzar.