El debate político sobre la legislación que propone el presidente Biden como mecanismo para generar actividad económica y crear empleos, mejor conocida como el Jobs Plan, parece girar en torno a dos consideraciones básicas. Número uno: ¿Qué constituye la infraestructura? Y número dos: ¿cómo se pagará?
En primera instancia, los legisladores que se oponen al plan descartan la realidad de que una economía moderna y compleja se compone de varios elementos básicos. Una casa construida con ladrillos y madera, pero sin electricidad y agua no sería un hogar.
Una economía con solo carreteras y puentes, pero con líneas eléctricas frágiles, Internet de baja velocidad, seguridad alimentaria esporádica, pocos trabajos con salarios dignos, atención médica inadecuada, malas opciones de vivienda, falta de atención para los ancianos, transporte público irregular, por mencionar solo algunos – no sería una sociedad en el que ninguno de nosotros quisiera vivir.
En segundo lugar, ahora se está utilizando la táctica atemorizante de exagerar los efectos de los impuestos sobre los individuos que pertenecen al 1% más rico de la nación y las corporaciones que más ingresos producen. Este razonamiento depende del supuesto de que las ganancias y los beneficios excesivos que actualmente van a la élite ejecutiva corporativa y a los principales accionistas deben mantenerse, a toda costa, lo que resultará inevitablemente en un aumento de los costos para el consumidor.
Pero esto no tiene por qué ser inevitable. Por un lado, para seguir siendo competitivas, las corporaciones y sus ejecutivos podrían absorber los aumentos de impuestos, hacer su parte para ayudar a pagar la infraestructura y, a largo plazo, prosperar aún más a medida que la élite y la gente común se benefician de una sociedad que es más eficiente, productiva y sostenible.
Y, por otro lado, aun si esta “contribución moral” corporativa abona a un futuro más sostenible y todos tenemos que pagar un poco más como nuestra contribución personal al futuro, ¿no valdría la pena? ¿No deberíamos pensar todos que es nuestra responsabilidad moral invertir en el futuro?
El plan propuesto por el presidente Biden no es un plan simple para obtener ganancias económicas inmediatas, con resultados obvios dentro del primer trimestre, o incluso el primer año. En cambio, su plan construye e invierte en el futuro. Se implementará y se pagará durante los próximos 15 años, y dará como resultado una nación que está posicionada no solo para existir en el status quo, sino para competir y sobresalir para las generaciones venideras.
Los componentes básicos que el presidente prevé son sólidos y duraderos, y los beneficiarios finales de un Estados Unidos más fuerte y viable serán nuestros hijos y nietos. Sería un legado del que todos deberíamos querer formar parte.