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Opinión de Alejandro Figueroa: El debate sobre la reapertura de las escuelas

Lee la columna de opinión del abogado estadista Alejandro Figueroa

Ambos lados del debate sobre la reapertura de la escuela están equivocados. No deberíamos estar debatiendo si es seguro reabrir las escuelas. En cambio, deberíamos preguntarnos si la educación presencial es esencial. Si es así, como insisten muchos, incluido el presidente Biden, entonces deberíamos tratar a las escuelas como tratamos a los hospitales. Eso significa hacer todo lo posible para que estén más seguros, comenzando por vacunar a todos los maestros.

La administración de Biden estableció que los maestros debían tener prioridad para las vacunas y en Puerto Rico el Gobernador Pierluisi puso dicha política publica en práctica demostrando de esa manera que la protección de los maestros era su máxima prioridad.

Pero debemos ser realistas: no habrá consenso sobre si las escuelas pueden reabrir sin temor a brotes de coronavirus. Los estudios que han demostrado un bajo nivel de transmisión en las escuelas pueden contrarrestarse con argumentos de que las escuelas carecen de pruebas y un sistema de rastreo de casos que sea efectivo. Además, los mismos datos pueden llevar a conclusiones diferentes. Por ejemplo, después de que el CDC publicara sus guías para reabrir las escuelas, los propios expertos en salud pública escribieron artículos de opinión en contra de estas, algunos argumentando que las guías del CDC son demasiado estrictas y mantendrán innecesariamente a los estudiantes fuera de la escuela, mientras que otros opinaban todo lo contrario tildando las guías de ser demasiado laxas.

Como uno de los participantes en el debate sobre la reapertura y como padre de tres niños que añoran regresar al salón de clases para compartir con sus maestros y sus compañeros, he analizado ambas posiciones y discutido con personas en ambos lados del asunto. La discrepancia no es en cuanto a la ciencia detrás del análisis sobre la reapertura, sino sobre la interpretación de esta dado que las personas tienen diferente tolerancia al riesgo. Algunos entienden que si el riesgo de contraer el coronavirus en la escuela no es mayor que contraerlo en la comunidad, eso significa que regresar a las escuelas es lo suficientemente seguro. Otros argumentan que debido a que las personas pueden aislarse de manera segura en el hogar, ningún riesgo es aceptable. Ante esta realidad cualquier intento de llegar a un acuerdo sobre lo que es seguro resulta imposible, cada cual tiene una percepción de, y tolerancia a, riesgos distinta e irreconciliable.

Para movernos hacia adelante, entonces necesitamos un replanteamiento completo de la controversia. Dejando de preguntar si las escuelas son seguras y, en cambio, reconociendo que la educación presencial es esencial. Esto necesariamente nos lleva a aplicar los principios básicos de protección y prevención que se han implementado en otros servicios esenciales para mantener abiertas las escuelas.

Hay niños para quienes la instrucción presencial ha sido esencial durante la pandemia, que dependen de la escuela para alimentarse; que tienen necesidades especiales que solo pueden satisfacerse en la escuela; y que carecen de tecnología para participar en el aprendizaje a distancia. Muchos otros niños enfrentan consecuencias significativas por no estar en la escuela, incluido el aumento de los déficits cognitivos y de conductua y problemas de salud mental. La necesidad de que los padres trabajen también es un factor importante a tomarse en consideración.

Para millones de familias, el beneficio real de regresar a la escuela rebasa contundentemente el riesgo teórico de contraer el coronavirus. Los padres eligen la educación presencial no porque crean que es segura, sino a pesar de los posibles riesgos, debido a lo esencial que entienden es la educación.

Los hospitales tuvieron que seguir funcionando durante la pandemia no porque fueran seguros, sino porque eran esenciales. Como consecuencia, se hizo todo lo posible para limitar la transmisión en dichas facilidades. Se prohibieron los visitantes, se hizo cumplir estrictamente con el uso de mascarillas y se implementaron muchas medidas de control de infecciones. Y debido a que los trabajadores de la salud soportaron la carga desproporcionada del riesgo de virus, se les dio prioridad para recibir vacunas. En ningún momento se planteó la posibilidad de que los hospitales dejaran de operar hasta que todos los médicos y enfermeras fueran vacunados, sino que se les dio un turno prioritario en las fases de vacunación debido a su riesgo ocupacional y al reconocimiento social de que su trabajo era esencial.

Mientras se planifica el inicio del próximo año escolar, el entender que nuestras escuelas, tanto publicas como privadas, tienen que ser consideradas como un servicio esencial es aún más importante. Es posible que el conteo de casos no sea lo suficientemente bajo como para garantizar que las escuelas estén libres del coronavirus. Pero el hecho de que no cumplamos con los criterios de seguridad que toda persona pretende que se implementen no significa que las escuelas no deban reabrir. Debemos establecer la expectativa de que es esencial que todas las escuelas vuelvan a la educación presencial para el semestre que comienza en agosto y hacer todo lo posible para reducir el riesgo aún cuando no podamos eliminarlo en un 100%.

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