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Opinión de Alejandro Figueroa: Las vacunas y la religión

Lee la columna de opinión del abogado estadista, Alejandro Figueroa.

Alejandro Figueroa | Columnista

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“¡No vengas a tocar a mi puerta con tus cuentos de Fauci!” fue el grito de guerra de la representante Lauren Boebert, Republicana de Colorado, durante el Conservative Political Action Conference el mes pasado. “¡Déjennos en paz!”, reclamaba haciendo referencia a los mandatos en cuanto al uso de mascarillas y la vacunación obligatoria. Mientras tanto, escuchamos anécdotas de un pastor de Florida que describe la vacuna a sus feligreses como el “signo de la bestia”, una referencia bíblica al apocalipsis, y un pastor de Tennessee -que amenaza con expulsar a cualquier persona que use una máscara en su iglesia y desalienta a las personas a recibir la vacuna- afirma falsamente que contiene tejido fetal abortado.

No es de extrañar que los evangélicos blancos se encuentren entre la población en la cual la tasa de vacunación es la más baja. Y no es de extrañar que muchos en la mayoría vacunada, cada vez más enojados con sus conciudadanos desprotegidos, concluyan que los evangélicos antivacunación son solo herramientas en la guerra de la derecha contra el sentido común y la decencia básica. Sin embargo, las raíces de las dudas sobre la vacunación son mucho más antiguas y más arraigadas que eso. De hecho, el escepticismo sobre el conocimiento experto se remonta a casi tres siglos, hasta una rebelión contra la autoridad religiosa.

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Durante el primer siglo de asentamiento inglés en América del Norte, la mayoría de los colonos escucharon a pastores con educación universitaria. Ya sea congregacionalistas en Massachusetts o anglicanos en Virginia, esos pastores basaron su autoridad en su conocimiento de latín y griego, así como de teología. Muchos incursionaron en la medicina. En aquel momento, ellos eran los expertos. Pero a mediados de la década de 1730, los predicadores carismáticos sin título universitario de repente atrajeron a grandes multitudes con historias desgarradoras de un Dios furioso y rebaños descarrilados. Adoptando estos avivamientos, el reverendo Jonathan Edwards, de Massachusetts, pronunció uno de los sermones más famosos de la historia de Estados Unidos, “Pecadores en las manos de un Dios enojado“. (El título lo resume bastante bien).

Las heridas de esta revolución religiosa nunca sanaron. A diferencia de los países europeos, donde los feligreses tenían que coexistir, los estadounidenses siguieron separándose, moviéndose hacia el oeste después de 1800 y formando nuevas iglesias que reprodujeron en lugar de resolver las amargas divisiones que habían comenzado en el Este.

Algunas comunidades religiosas han abrazado las vacunas y otros avances médicos citando la benevolencia de Dios y la regla de oro. Sin embargo, los evangélicos modernos a menudo ven a Dios como más severo que bondadoso, lo que fomenta una sensación de conflicto épico entre los piadosos y los profanos. Y durante las últimas décadas, la desconfianza profundamente arraigada de los evangélicos en los expertos de la sociedad se ha fusionado con los temas cada vez más nihilistas de la extrema derecha, creando un desprecio tóxico por la ciencia en general y la salud pública en particular.

Lo que nos devuelve a nuestro turbulento presente. El COVID-19 vuelve a surgir debido a la vacilación de las vacunas y la creciente hostilidad hacia las precauciones básicas de seguridad, mientras que los expertos, y los estadounidenses que los escuchan, levantan la mano. ¿Cómo puede la comprensión de la larga historia de la lucha contra la experiencia ayudarnos a superar este estancamiento mortal?

Para empezar, aquellos de nosotros que estamos vacunados debemos aceptar que los no vacunados no son solo peones políticos para las Lauren Boeberts y Tucker Carlsons del mundo. Más bien, son portadores de una historia larga y complicada.

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En ese sentido, los funcionarios de salud pública deberían dirigirse más directamente a las comunidades de fe, dejando en claro que cada iglesia tiene el derecho de adorar a Dios de acuerdo con sus tradiciones y cuestionar la ciencia cuando la vida de las personas no esté en peligro inmediato. Al dar ese paso vital a través de la gran división cultural, los expertos pueden disipar de manera más efectiva las teorías de conspiración salvajes que se arremolinan en torno a las vacunas. Incluso podrían argumentar que vacunarse es la elección moral, el acto amable, bondadoso y cristiano.

Muchos no escuchan. Pero algunos lo harán y menos personas morirán.

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