Este pasado lunes, la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) otorgó la aprobación oficial a la vacuna de Pfizer-BioNTech para el coronavirus, y las aprobaciones para las vacunas Moderna y Johnson & Johnson podrían anunciarse próximamente. Este podría ser un paso importante para convencer a las miles de personas no vacunadas en nuestra Isla de que finalmente se vacunen y, a su vez, presenta una oportunidad para que digamos a los que se niegan a vacunarse: ya hemos hecho todo lo que nos corresponde por ustedes, quedan a su suerte.
Sin duda alguna los atenderán cuando lleguen al hospital porque así es como funciona la medicina. Si bien los médicos y enfermeras que se ocupan de la ola de pacientes con COVID-19 causada por la variante delta pueden querer rechazar a cualquiera que se niegue a vacunarse, no lo harán por su compromiso con la profesión. Pero, ante la aprobación formal de las vacunas disponibles, es hora de reenfocar nuestros esfuerzos de divulgación y nuestras políticas públicas y privadas contra la pandemia para que el acomodo, la comprensión y el complacer a los que se niegan ya no sea una de nuestras principales preocupaciones y mucho menos una prioridad.
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Queda por ver qué efecto tendrá en las tasas de vacunación el paso de la autorización de uso de emergencia a la aprobación oficial por parte de la FDA. Lo que se sabe es que muchas personas indecisas han expresado que dicha aprobación haría diferencia. De hecho, en una encuesta reciente de la Kaiser Family Foundation, el 31 % de los no vacunados dijo que sería más probable que se vacunen si las vacunas tuvieran la aprobación total de la FDA. No es que esas personas tuvieran un conocimiento detallado del proceso de aprobación de la FDA, sino que es más probable que la aprobación por parte del FDA les brinde la tranquilidad adicional que necesitaban para tomar la decisión de vacunarse.
Todo lo que propenda a aumentar los niveles de vacunación es de ayuda, así sean solo unos cuantos. Hemos visto un aumento en la tasa de vacunación en las últimas semanas, ya que la variante delta ha hundido partes de la isla en las profundidades de la pandemia; para algunas personas que antes pensaban que la pandemia estaba bajo control, las oleadas de infecciones y muertes las empujaron a la tomar la decisión de vacunarse.
La aprobación de la FDA probablemente también convencerá a más empresas para que comiencen a exigir que sus empleados sean vacunados. Todo esto, podemos esperar, creará una atmósfera en la que no estar vacunado por decisión propia significará marginarse voluntariamente de la sociedad. Si está decidido a hacer esa declaración sobre sí mismo, que es el tipo de persona para quien la “libertad” significa correr el riesgo de infectar a otras personas con un virus que ha matado a millones, haremos todo lo posible para aislarle.
Los expertos ahora dicen que nunca alcanzaremos una verdadera inmunidad colectiva; en lugar de eliminar el COVID, la pandemia terminará convirtiéndose en meramente endémica, una parte de nuestras vidas que nunca desaparece, pero que se suprime a un nivel de infecciones y muertes que podemos tolerar, como otros virus.
Pero así como el virus en sí siempre estará con nosotros, también lo estarán los que se niegan a vacunarse aludiendo a su derecho de que no se intervenga con su cuerpo. Estos, en caso de quedar contagiados y sentir lo síntomas graves del virus, estarán acudiendo a nuestros hospitales y probando nuevos tratamientos contraindicados. Sin embargo, nuestra única preocupación en esas circunstancias debería ser mantenernos a salvo de ellos; no merecen más consideración que esa.
No desaparecerán, pero ante sus reclamos de derecho a decidir qué hacer con sus cuerpos, nosotros tenemos la obligación de anteponer el derecho de la sociedad a marginar a aquellos que pueden causar un daño. ¿Y si no les gusta? Pueden seguir adelante y revolcarse en sus fantasías de lucha contra la opresión del estado e independencia valiente. Nadie dijo que la “libertad” era gratis.