Las revelaciones sobre el abuso sexual en la Iglesia Católica han ido surgiendo durante décadas. Pero en la corriente aparentemente interminable de investigaciones y acusaciones, algunas se destacan. La más reciente revelación surge del informe publicado el 5 de octubre de 2021, que estima que más de 200,000 niños han sido abusados por el clero en Francia desde 1950.
Los autores del estudio francés pasaron tres años revisando el testimonio de casi 6,500 personas. Luego elaboraron su proyección general basada en datos demográficos más amplios e hicieron docenas de recomendaciones: desde compensaciones caso por caso hasta reformas más radicales, como que los obispos franceses consideren ordenar a hombres casados y dar a las mujeres una voz más fuerte en las decisiones de la iglesia.
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Los hallazgos específicos del informe francés pueden ser nuevos, pero los problemas subyacentes no lo son. De hecho, la crisis de abuso sexual católico a lo largo de los años ha sido el tema de cientos de estudios y análisis, tanto sus raíces como las posibles rutas de reforma.
Los informes de alto perfil han colocado constantemente la crisis en los titulares durante los últimos 20 años, en particular la famosa investigación “Spotlight” de The Boston Globe en el 2002 y la película inspirada en dicha investigación en el 2015.
Pero el rastro en papel que documenta los patrones de abuso y encubrimientos se remonta al menos a la década de 1950. Fue entonces cuando los obispos de Estados Unidos comenzaron a enviar a los sacerdotes a los centros de tratamiento administrados por la iglesia, en lugar de denunciar el abuso a las autoridades independientes. En paralelo surgieron los pagos para comprar el silencio de las víctimas.
En la década de 1990, a medida que aumentaban las demandas, “la protesta nacional obligó a las diócesis de todo el país a crear estándares públicos sobre cómo manejaban las acusaciones de abuso”, escribe Clites, “y los obispos estadounidenses lanzaron nuevas campañas de mercadeo para recuperar la confianza”.
Una barrera importante para llevar a los abusadores ante la justicia, argumentan muchos expertos, es la jerarquía de la iglesia y las leyes canónicas, que regulan a la iglesia y sus miembros. Pero en 2019, el Papa Francisco modificó la “Regla del secreto pontificio“, que requería que la información sensible sobre la iglesia se mantuviera confidencial. A lo largo de los años, los críticos alegaron que la política permitía a los funcionarios retener información sobre casos de abuso sexual, incluso a víctimas o autoridades legales. El anuncio de Francisco levantó la regla en tres situaciones: abuso sexual de menores o personas vulnerables, falta de denuncia o esfuerzos para encubrir tal abuso y posesión de pornografía infantil por parte de un clérigo.
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Sin embargo, incluso con este cambio, la transparencia puede resultar difícil de alcanzar ya que existen otras prácticas que puede utilizar el clero para ocultar información y evitar los requisitos obligatorios de presentación de informes.
Cambiar una institución de 2000 años es difícil, pero no imposible, no está fuera de su alcance ni del nuestro como feligreses. Lo que queda claro es que la iglesia necesita más que reflexión, requiere voluntad para identificar y erradicar el abuso de forma tal que se regane la confianza del pueblo cristiano.