Cuando pensamos haberlo visto todo, la vida se encarga de recordarnos que nuestra situación de violencia vinculada al bajo mundo, lejos de mejorar, empeora. Si había dudas, le remito al vídeo aficionado que nos robó la paz a todos la tarde del lunes. Dos hombres fueron asesinados a plena luz del día en el Expreso 53 cerca de la cárcel de Guayama. Las imágenes en “replay” en mi “timeline” de Instagram y Facebook parecían ajenas a nuestra realidad y, con toda sinceridad, propias de otras latitudes. O al menos eso nos gusta creer. Como mucho, sacadas de una mala película de acción. Pero no se trataba de otra cosa sino del libreto de nuestra propia historia. Esa que se forra de 9, 10 u 11 muertes todos los fines de semana. Esa que acaba con las vidas de hombres jóvenes. Algunos a penas niños que han quedado atrapados en las garras del narco. Y nos hemos insensibilizado. Y hemos llegado a creer que vivir con esas muertes ocupando titulares todas las semanas es lo “normal”. Y nos hemos conformado con escuchar la diatriba oficial que dice que la respuesta ante esa violencia es coger el plan de siempre, moverlo de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, y listo. Pero ese marasmo enferma. Después de décadas de muertes vinculadas al narco, ¿cuándo tomaremos el asunto en serio? ¿Cuándo decretaremos para esto un estado de emergencia?
Como he establecido en columnas anteriores y en múltiples entrevistas de radio realizadas durante años, de la misma manera en que la violencia de género ha cobrado y cobra las vidas de mujeres durante años y que requirió un cambio de estrategia que nació del reconocimiento del problema para comenzar a atenderlos con resultados distintos, lo mismo debe comenzar a ocurrir con la violencia vinculada al narco. Después de todo, es la que más vidas cobra en la isla y, de paso, la que más vidas de hombres jóvenes se lleva todas las semanas. Para atacarla hemos decidido como sociedad apostar a las estrategias de siempre. Justamente, las que siempre nos han fallado. y encima, desde hace algunos años con menos recursos.
Sobre el narco, el panorama está claro. Existe porque hay demanda. Lo que hace peor el escenario de la isla es que Puerto Rico paga el precio para mantener vivo un mercado del narcotráfico que ni siquiera es primordialmente local. Según me explicaba recientemente el director del FBI en la isla, en la actualidad la mayor parte de la droga ilegal que se consume es la cocaína y llega a nuestras costas dede la República Dominicana. De esa droga que entra, según el funcionario, a penas se queda en la isla el 20%. El resto se reenvía a los Estados Unidos para su venta y distribución. Mientras, la policía local -falta de recursos y mal paga- hace lo que puede por combatirla, las autoridades federales encargadas de vigilar nuestras costas y todo lo que entra y sale del país, también han recortado los recursos locales para reenviarlos a lugares de mayor prioridad, como la forntera con los Estados Unidos.
Así que aquí estamos. Sin recursos para pelear la guerra contra la droga según las reglas oficiales con las que hemos perdido durante años y, de paso, sin atrevernos a cambiar la estrategia. A sacudirnos de la mojigatería y reconocer que para intentar ganar no podemos seguir usando los mismos jugadores, la misma bola y el mismo bate. Si no cambiamos pronto, corremos el riesgo de poncharnos irremediablemente.