A medida que la variante ómicron genera un vertiginoso incremento en el número de casos de COVID-19, las universidades comienzan a suspender las clases presenciales, se comienzan a imponer requisitos adicionales para los asistentes a actividades multitudinarias, como conciertos y festivales, y las empresas comienzan a implementar planes de contingencia para que al menos parte de los empleados comiencen a trabajar de manera remota. Entre toda esta reacción a la más contagiosa de las variantes, lo más inquietante es que se comienzan a escuchar nuevamente los llamados para que se considere cerrar las escuelas K-12 nuevamente. Aún cuando queda por ver cuán graves son los efectos de esta variante en una población como la nuestra, con uno de los índices de vacunación más altos en el mundo, hay que dejar claro que una nueva ronda generalizada de cierres de escuelas sería un error trágico y debería descartarse como una opción.
El argumento para mantener las escuelas abiertas se basa en dos constantes desde que comenzó la pandemia de COVID-19: el riesgo de consecuencias graves para los niños debido a la infección por coronavirus es bajo y los riesgos para los niños como consecuencia de de no asistir a la escuela son incalculables.
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Sobre los riesgos de COVID-19: la tasa de hospitalización semanal para los niños en edad escolar es de aproximadamente 1 en 100,000. Esto se ha mantenido notablemente constante durante toda la pandemia: desde la cepa original hasta la oleada de la variante Delta hace unos meses.
Tal y como explicaron los representantes del American Academy of Pediatrics en un informe publicado este mes, “los datos disponibles indican que la hospitalización y la muerte asociadas a COVID-19 es poco común en los niños”. La evidencia preliminar de fuera de los Estados Unidos sugiere que los niños también seguirán siendo de bajo riesgo durante el aumento de ómicron.
Los últimos datos de Sudáfrica para la segunda semana de diciembre muestran que los niños en edad escolar (de 5 a 19 años) tuvieron la hospitalización más baja de cualquier grupo de edad, e incluso con el aumento de ómicron, la tasa de hospitalización es de 4 por cada 100,000; es decir, bastante bajo. Los últimos datos de Inglaterra son similares- la tasa de hospitalización de los niños de 5 a 14 años es de 1.4 por cada 100,000, la tasa de hospitalización más baja de cualquier grupo de edad. En cuanto a estos análisis preliminares, aplican las advertencias habituales: estos son datos iniciales y las hospitalizaciones típicamente comienzan a reflejarse semanas después de que se detectan los primeros casos de una variante.
Los daños a los niños por no asistir a la escuela, por otro lado, son graves. Se están acumulando. Y podrían durar décadas. Los expertos en psiquiatría infantil nos han advertido sobre las graves consecuencias de no enviar a nuestros hijos a la escuela. A manera de ejemplo, se estima que antes de la pandemia, sobre el 30 % de los niños de nuestra Isla vivían con trastornos emocionales graves y/o tienen necesidades especiales en cuanto su educación, y más de la mitad de estos niños reciben dichos servicios en la escuela. A diferencia de lo que hemos visto en la gran mayoría de los niños que han contraído COVID-19, el impacto de una enfermedad mental no tratada o una necesidad de acomodo o educación especial no atendida puede durar toda la vida.